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Dicho de otro modo, la mera pretensión de re- emplazar al ser humano por un ente posthumano nos impulsa a valorar de inmediato nuestra natu- raleza humana común, nos muestra la urgencia ético/política de su cuidadosa preservación. De este modo, el TH retiene una cierta utilidad y un valor cultural. Cumple la clásica función catártica del arte. Como performance, manifiesta algo crucial que podríamos expresar de nuevo con Kierkegaard: aprendemos a contentarnos con
ser humanos, «y no es que con ello hablemos de manera empequeñecedora, al revés, afirmamos lo supremo».27
9. La pregunta por el tiempo
La ola transhumanista también nos ha obligado a pensar de nuevo la cuestión del tiempo, ya que dicha ideología incorpora una actitud deci- didamente futurista, así como una vivencia del tiempo tecnológicamente acelerada.
año de la inmortalidad, 2045, y Kurzweil el de la singularidad, 2045 también (no nos extrañe, por cierto, que este horizonte se vaya alejando de nosotros cual zanahoria). El resto de los (todavía) mortales solo conocemos lo incierta que es la vida, lo sorprendente que nos resulta el mundo cada día. «Hemos de contar siempre con la no- vedad —escribe con humildad intelectual Hans Jonas—, pero no podemos calcularla».28 Así pues, solo una hermenéutica caritativa, como la que vengo esbozando, podría rescatar cierto valor para las ensoñaciones futuristas. Interpretemos las mismas como ficciones exploratorias.
¿Qué nos enseñan estas ficciones? Nos hablan de una tensión temporal no resuelta. La performance transhumanista pone de manifiesto la tensión entre el tiempo de la aceleración tecnológica
y el tiempo de la creación cultural. El cambio tecnológico aporta mucho y bueno a nuestras vidas, pero no cabe duda de que acelera muchos procesos y, en general, el ritmo de nuestra vida. Hay pensadores que vinculan, en cambio, la creación cultural con una vivencia más reposada y hasta contemplativa del tiempo: «La hiperkinesia cotidiana —afirma Byung-Chul Han— arrebata a la vida humana cualquier elemento contempla- tivo, cualquier capacidad para demorarse».29 Es decir, la tensión temporal ya está con nosotros. Pero el TH nos muestra hasta qué punto podría agravarse. Al presentarnos una posible aceleración descontrolada de nuestras vidas, una aceleración de la aceleración hasta la disincronía, la perfor- mance transhumanista, en realidad, nos empuja
a preservar y a proteger una temporalidad aún vivible, aún compatible con la creatividad propia de la cultura humana. Hemos de evitar lo que Han se teme, es decir, que nuestra civilización, por falta de sosiego, desemboque en barbarie.
28 Hans Jonas, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Herder, Barcelona, 1995, p. 200.
29 Byung-Chul Han, «Introducción», en El aroma del tiempo, Herder, Barcelona, 2009.
Respecto del futurismo, hay que recordar algo trivial: el futuro no existe de facto, tan solo hay diversas posibilidades de futuro en el presente. El futuro, como tal, no está presente y a la vista. No sirve su presunta visión como guía para nuestras acciones presentes. La ciencia actual convive
con la incertidumbre y la tecnología trata de reducir el riesgo a sabiendas de que no llegará a anularlo absolutamente. Pero los más señeros transhumanistas afirman conocer con precisión el futuro. Verbigracia: Cordeiro ya ha visto el
27 Søren Kierkegaard, op. cit., p. 51.
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