Page 67 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Impertinencia. Para el sistema vestimentario occidental, la religión no es pertinente. Allá cada uno. Es más, señales como la cruz se ven desprovistas muchas veces de su contenido de pertenencia. Y tampoco lo es, en puridad, el sexo, como vemos en los continuos trasvases sexuales de la ropa. En los ejemplos “no occidentales” del aeropuerto, sexo y religión serán justamente las palabras de la ropa, lo que la ropa dice bien alto. Y la relación entre ellos: entre los sexos, y entre los sexos y la religión. No quiero decir que la vestimenta occidental desprovea de sexo a la persona vestida. Muy al contrario: lo individualiza y lo pone en valor. Responde a una política del cuerpo, en la que las variantes de voluntad y libertad de autoelección, pero también de actitud y disponibilidad sexual, se hacen tan patentes como su ausencia. Una política del cuerpo que comenzó, precisamente, en el XVIII. Y en Francia, que, como habrán dicho ya mis antecesores, inició e irradió la moda en aquel siglo, y en los que vendrían.Decía política del cuerpo: es que el cuerpo y el traje han mantenido, a lo largo de la historia, una dura batalla, que podríamos decir que es la que mantienen el individuo y la sociedad. El traje representa la imposición social, las marcas sociales, que el cuerpo tiene que asumir –ese cuerpo individual que tenía que dejar a un lado sus diferencias para mostrar sus pertenencias. El individuo, único e irrepetible, pertenece a grupos de diferente orden, todos ellos construcciones sociales que igualan entre los pares y diferencian de los demás. Estratos sociales, oficios, estatus económico, clase, edad, sexo. Y hasta región, país, nacionalidad, ideología, religión. Todas esas pertenencias que el cuerpo no podría contar, las cuenta el traje.El XVIII es un siglo iniciático, germinal, pródigo en cambios sociales y mentales, y a los dos está asociada la ropa. De hecho, es el siglo que descubre a las mayorías, cuando la palabra “pueblo” adquirirá el sentido de “soberano”, se acuñan los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad, y empiezan a asomar las contradicciones que alumbrarán el sentido de la modernidad y que se irán expresando, además de en todo lo demás, en la indumentaria. No es raro que sea la estructura de la ropa “culta” del XVIII la que se quede clicheizada en los llamados trajes típicos regionales, pero hay especialistas que lo cuentan, en este mismo encuentro, mucho mejor que yo. Así que ensayaré un rápido esquema estructural, los rasgos significativos en lo que se refiere a la política del cuerpo. Que es la del alma, no hay que olvidarlo.Sabemos que en el XVIII se fija la ropa masculina que conocemos. Ropa a la francesa, naturalmente, -aunque la chaqueta sea inglesa- que en España se impondrá no sin dificultades. Baste recordar el motín de Esquilache, uno de esos momentos en que la ropa cambió la historia, o sirvió de chispa incendiaria, todo lo manipulada que se quiera, y que sería una especie de ensayo general para lo que habría de venir después, en 1808. Se me ocurre que la formación del traje de hombre se corresponde directamente con la asunción social de lo masculino, de la individualidad masculina por así decir. La del hombre igual, votante, sujeto de derechos y deberes y responsabilidades, que irá moldeándose en Occidente hasta la plena Modernidad, pero que arranca de la Ilustración, la Enciclopedia y las ideas que generarán la Revolución Francesa a lo largo del siglo. A diferencia de la ropa masculina del antiguo régimen, la imagen del hombre de la razón es mucho menos agresiva, como si, desde la misma ropa, se intentara transmitir esa idea negociadora que va a cuajar en el contrato social.Pero no podemos olvidar que los tres puntos de la revolución, libertad, igualdad y fraternidad, se refieren, en realidad, a los varones. A la mujer le queda todavía un rato. Y es desde el punto de vista masculino desde el que se modifica la visión del cuerpo de la mujer, ese cambio de política de su cuerpo. Así, durante el XVIII, el traje femenino de la nobleza y la alta burguesía se mantiene en guerra con el cuerpo y lo moldea con prendas que, como las del XVII, se pueden tener de pie. Por lo menos, por partes.2