Page 164 - 100 años en femenino
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Alberto Aja
La bioquímica Margarita Salas,
Premio Nacional Santiago Ramón y Cajal, durante un momento de la conferencia que está dando en el Ateneo de Santander sobre «La Biomedicina en el siglo XXI» Santander, 5 de octubre de 2004
Agencia EFE, Madrid
poco tiempo y se pierden con facilidad. Intentan las muje- res abrirse paso en el poder en terrenos muy distintos, pero todos relacionados. Empujan en las áreas del saber, la crea- tividad, la opinión, los medios de comunicación, las empre- sas, las corporaciones económicas, la religión y el poder público y político. Todos son, a día de hoy, frentes activos. En todos ellos las mujeres sufren lo que la profesora García de León llama «discriminación de élites».
Algunos de estos terrenos parece que van admitiendo muje- res, con la consabida táctica del poco a poco, pero no es tan cierto. Se blindan con la excelencia y toleran lo justo para no ser visibilizados. Las mujeres ocupan esos espacios gotean- do y los abandonan de la misma manera. Sus marcas des- aparecen rápidamente. La prueba es que en varios de esos espacios hace años que las cifras que muestran la existen- cia de un techo de cristal no cambian, pese a la fuerza de las generaciones entrantes. Cada nueva cohorte de mujeres educada en el espejismo de la igualdad se encuentra con sus sólidas prácticas. Creyendo que estaban ganados, las nue- vas generaciones de mujeres empujan anómicamente en todas direcciones. Nadie tiene en sus manos el compás de la agenda. Como siempre que se tapona la subida del talen- to, este se pierde lateralmente y se vuelve contra sí mismo. Porque el talento se autoalimenta, se devora, si no tiene donde extenderse y florecer. El malditismo femenino está por estudiarse.
Cien años de victorias sin cronista
En estos espacios de poder, todavía no iluminados y sin ade- cuada guía de empleo, las mujeres son invitadas bajo la idea que expresó ya el papa Wojtyla. No son dueñas ni habitantes de pleno derecho; son «presencias amigas». Eso de ser pre- sencia tiene algo de fantasmal. Una presencia es algo a quien, sin embargo, se pueden pedir favores cotidianos de toda índo- le. El almirante no sabe nada de los remeros; son «presencias remantes» que no es necesario conocer ni reconocer para saber hacia dónde conducir la flota a la batalla. Así con las mujeres: del hecho de que se aproximen a esos espacios o los intenten habitar no se sigue que se les permita decidir sobre ellos o sus fines. No está en su evanescente derecho. Deben amoldarse al paso de las que ya llegaron hace décadas, aunque a la sala de máquinas: «Me gustas cuando callas».
165—Amelia Valcárcel Cien años de igualdad