Page 162 - 100 años en femenino
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que existan suficientes mujeres que puedan ser ninguneadas o despreciadas. Porque las victorias no son simbólicamente difusivas. Las mujeres, por ejemplo, pueden ser mayoría en el sistema educativo; esa es una victoria que, para ser entendida como concesión, exige visibilizar a las peores. En consecuen- cia, para mantener la autoestima del sistema en su óptimo, conviene marcar una tipología femenil brutalizada y darle fre- cuente amparo en los medios. Ello reasegura el sistema.
Empero, lo que existe son mujeres reales, dotadas de cua- lidades y defectos en el mismo modo y cuadratura que sus homólogos masculinos. Con las mismas o muy parecidas cali- ficaciones y motivos para la autoestima. Cuando se pregunta qué animal tiene las orejas de un gato, los bigotes de un gato y las patas almohadilladas de un gato, pero no es un gato..., ya se sabe que la respuesta, que tarda, es que es una gata. Varones y mujeres son tan parecidos que a un visitante de otro uni- verso se le podrían pasar por alto sus diferencias. Pero ellos y ellas no lo creen así. Y para ellos se siguen ciertos beneficios de esa increencia suya, de modo que es de temer que la sigan perpetuando. Le Doeuff, filósofa y amiga que ha tratado de entender estas dinámicas, define el sistema de poder patriar- cal como uno que se funda en estrategias de exclusión conti- nuadas que mutuamente se apoyan. Son también estrategias de desvaloración de las mujeres. O, si se prefiere, de basar la propia autoestima en la existencia de las excluidas.
Las seis moradas
El poder patriarcal es difusivo y resistente. Sus sombrías habitaciones distan de estar bien inspeccionadas. Cada nuevo lugar que se ocupa tiene medidas poco conocidas y un plano que está por levantarse. Y no se es bienvenida. Mientras las avanzadillas, además, lo ocupan, se produce un proceso de vaciado, lavado de cerebro o síndrome de Estocolmo, a ele- gir la expresión que se prefiera. Como en todos los temas de poder, los últimos son los primeros en... cerrar el paso a los siguientes. Por eso el poder patriarcal es resistente además de difusivo: cuenta con la adhesión de los becarios.
Pero, aun en ese terreno de juego tan complicado, algunas batallas se van ganando. Son más de las que se cuentan, por- que de esta lucha a brazo partido no suele haber narradores. Pero menos de las que se suponen. Los espacios de poder y los tiempos de lo mismo se toman y se pierden; se toman por
163—Amelia Valcárcel Cien años de igualdad





























































































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