Page 160 - 100 años en femenino
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vista. Pero ahora esa condición humillada de la mitad de la humanidad nos es servida por todos los canales informati- vos. Ser mujer, nacer mujer en este mundo no es tener suerte. Sigue Platón en lo cierto, que se alegraba porque no le había ocurrido: «Agradezco a los dioses haber nacido hombre, no mujer; griego, no bárbaro; libre, no esclavo...». El espectáculo resulta amargo y la vida poco confortable. El feminismo es un internacionalismo y sabe dónde habita. Uno de sus deberes es ponerlo de manifiesto.
Pero con el pesimismo que se deriva del «espejismo de la igual- dad» no me refiero al desconsuelo que proporciona la contem- plación serena y desapasionada del mundo. No. Hablo de la impresión que se tiene en nuestra vanguardia, la que vive en sociedades abiertas, libres, estables y económicamente viables. Tres siglos hace que el feminismo se encaró con la Modernidad para reclamarle justicia. Dos que salió a las tribunas y las calles. Uno que comenzó a recolectar lo sembrado. Pero a cada victo- ria le sigue un regusto de desazón: lo que se consigue siempre es menor y de otra calidad que aquello que prometía ser cuan- do se luchaba por ello. Se han llevado a cabo esfuerzos ingentes y, sin embargo, se ventea que al menos quedan otros tantos, porque las fronteras parecen moverse sin trasladarse. O vice- versa. Todo cambia y todo permanece. La distancia logra reha- cerse y busca nuevas marcas. Las excluidas se sienten cada vez más cargadas de razón, de méritos, de títulos, de experiencia, de... Y, con todo, fuera de la habitación principal.
Si hablamos de poder
Si enumeramos logros, son extraordinarios y alcanzados en escasos dos siglos. Desde el inicio de la Modernidad, el cami- no de la libertad humana se ha agrandado y vuelto ancho. El feminismo es humanismo. Reclama y aprecia lo que se propone como bienes y no tolera la exclusión de derechos. Siguiendo su hoja de ruta, la ciudadanía ha sido conquista- da, los derechos civiles, asegurados, los políticos, ejercidos. Las mujeres no padecen, en nuestra orilla del mundo, impe- dimentos evidentes. Si hablamos de poder la cosa cambia. Entonces comienzan a operar las barreras invisibles, pero no por ello menos eficaces. El feminismo, hace un par de décadas, les ha dado el nombre de «techo de cristal». Una de las innovaciones de la teoría contemporánea es interpretar la distancia entre varones y mujeres en términos de poder. Y analizarla en consecuencia.
161—Amelia Valcárcel Cien años de igualdad






























































































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