Page 73 - El rostro de las letras
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    56 EL IMPERIO DE LA FOTOGRAFÍA
hasta entonces–, para que esta aspiración se hiciese realidad para un público cada día más numeroso, reclutado entre la ascendente burguesía liberal. “Como los burgueses quieren ante todo poseer lo que antes era sólo privilegio de las clases dominantes –ha escrito Pierre Francastel–, quieren también contemplarse a sí mismos y legar sus rasgos a sus hijos. En aquel momento, hacia 1850, surgió un nuevo medio de fijación de la imagen: la fotografía”.
El desarrollo de las técnicas daguerrotípicas desplazó en poco tiempo al retrato en miniatura –el retratico o retrato de faltrique- ra, como se le conocía en España–, que ya entonces comenzaba a convertirse en una especialidad pictórica, a medio camino entre el arte y los oficios. Frente a la miniatura, el daguerrotipo ofrecía su cualidad de espejo fidedigno del modelo, en un momento en que a lo que se aspiraba era a la máxima fidelidad en la representación. El daguerrotipo vino a dar la puntilla a las miniaturas, atrayendo a sus filas a buena parte de los pintores que las practicaban. La crisis de las miniaturas pictóricas se agravó aún más a partir de la masi- ficación de la fotografía en soportes de colodión y albúmina, con lo que los pocos pintores y miniaturistas que aún seguían practicando su oficio, se vieron obligados a convertirse en fotógrafos, ilumina- dores y retocadores. Según A. Scharf, de los 59 daguerrotipistas establecidos en Alemania antes de 1859, al menos 29 habían sido pintores, y otro tanto ocurría en países como Alemania, Francia y Gran Bretaña. En España, el señuelo económico atrajo a la fotogra- fía a muchos jóvenes procedentes del campo de la creación artística y a un gran número de miembros de la bohemia, que encontraron en el nuevo oficio un medio fácil de ganarse la vida y hacerse un hueco en la privilegiada ciudadela de las artes. Fotógrafos tan conocidos como Rafael Castro, Alonso Martínez y Martínez Hébert cambiaron los pinceles por las cámaras. Otros se convirtieron en colaborado- res de lujo de los retratistas, cuando se impuso la moda de iluminar y miniar retratos, en plena fiebre del daguerrotipo. En Madrid, Gabriel Domínguez trabajó en el estudio de Albiñana; Gaumain fue contratado por Laurent como retocador e iluminador a la aguada; Francisco Geloso coloreó los retratos de Eusebio Juliá; Enrique Rumoroso compartió sus tareas de pintor con las de iluminador en el estudio de Edgardo Debas; José Nogué Massó trabajó sucesiva- mente como estampador y retocador en los estudios de Fernando Debas, Valentín Gómez y la viuda de Amayra; y, ya en el siglo XX,
William Henry Fox Talbot hizo posible la multi- plicación indefinida de las imágenes fotográfi- cas y su consecuente democratización. Retrato de James MOFFAT. 1864 (Fox Talbot Museum, Lacock. Reino Unido)
 






























































































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