Page 47 - El rostro de las letras
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      30 ROMÁNTICOS Y LIBERALES
J. LAURENT. Escritor, presidente del Consejo de Ministros, miembro de la Academia Española
y algo más que preceptor de Isabel II, Salus- tiano de Olózaga (1805-1873), figura en casi todas las más importantes Galerías de Celebri- dades del siglo XIX. 1860 (Archivo Monasor)
Fernández y González retratado por MARTÍ- NEZ SÁNCHEZ. Álbum Castellano. (Biblioteca Nacional de España)
  la indigencia, como Zorrilla; la mayoría, agraviados por la edad y descreyendo de todo.
Como un espejo de lo que ocurría en Europa, el ambiente de rebeldía social propiciado por el romanticismo avivó no poco la llama nacionalista, estimulando el interés hacia el cultivo de las lenguas vernáculas por parte de una élite de escritores tan impor- tantes como Manuel Murguía, Rosalía de Castro, Curros Enríquez y Eduardo Pondal, en Galicia; Valentì Almirall, Jacint Verdaguer y Àngel Guimerà en Cataluña, con los que se consolidan dos vigorosos movimientos culturales, el Rexurdimento gallego y la Renaixença catalana, pese a que algunos escritores, como Víctor Balaguer, buscaron la cercanía con Madrid, que les ofrecía una plataforma mejor para alcanzar el éxito. Quizás esto explicaría, no sólo el carácter de aluvión de la población madrileña, heterogénea y mestiza –“Madrid, patria de todos –había escrito Calderón en su tiempo–/ pues en su mundo pequeño/ son hijos de igual cariño/ naturales y extranjeros”–, sino el menguado número de retratos, y no sólo de escritores, realizados en lo que, con ligereza a veces, se dio en llamar la provincia, con la notable excepción de Cataluña, cuyo papel fue esencial en el nacimiento de la fotografía española. El único daguerrotipo conocido hasta hoy de un hombre de letras
 Fernández y González Fernández y González era como un niño, con to- das sus vanidades y gracias, y aun impertinencias. Se imaginaba un caballero cristiano, que volvía ren- dido de matar moros. En sus tiem- pos prósperos vivió en un hotel del barrio de Argüelles de Madrid, sin más muebles que una mesa, dos si- llas y una cama. Pero tenía coche y secretario particular.
MANUEL DEL PALACIO



























































































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