Page 405 - El rostro de las letras
P. 405

      388 ENTRE DOS DICTADURAS
del exilio, pero sus reuniones en nada se parecían a las de Baroja, eran más campanudas. A las de Ortega, que siempre tuvo la obsesión de rehacer la antigua tertulia de la Revista de Occidente, asistían viejos amigos como Antonio Espina, Ernesto Halfter y Fernando Vela, a los que se fueron sumando Julián Marías, Paulino Garagorri, Díez del Corral, José Ruiz Castillo, y alguna vez, Javier Zubiri, un antiguo cura que se había casado con la hija de Américo Castro. A aquellas veladas asistió también Nicolás Muller (1913-2000), que ha- bía conocido a Ortega de la mano de su amigo Fernando Vela. Con él acompañó más de una vez a Baroja en los salones de su tertulia y en sus diarios paseos por el parque del Retiro. De aquella cercanía con el escritor nacieron sus excelentes retratos, quizás los mejores del maestro. “Mucha gente –recordaba Muller– pensaba que Baroja era un personaje arisco, misógino. Nada más lejos de la verdad. En su trato afable y espontáneo, nadie le superaba”. De su relación con Or- tega han quedado algunos retratos estimables y una estremecedora serie de imágenes del filósofo, cuando acababa de abandonar la vida. También asistió el fotógrafo a las veladas de Eugenio d´Ors, del que realizó un retrato magnífico, en el que el escritor nos mira con gesto admonitorio. Del gran fotógrafo húngaro son algunos retratos mag- níficos de los escritores de las generaciones del 98, del 14 y del 27, que habían sobrevivido a las injurias de la guerra y el exilio, Azorín, Concha Espina, Menéndez Pidal, Wenceslao Fernández Flórez, Dá- maso Alonso, Vicente Aleixandre. En los años sesenta siguió Muller frecuentando el trato con los escritores y artistas de las generaciones siguientes, como Pancho Cossío, Julián Marías, Dionisio Ridruejo, Laín Entralgo, Rodrigo Uría, López Aranguren, Benjamín Palencia, Luis Rosales y tantos más, con los que solía reunirse en el café Gijón, en el restaurante Rumbambaya, en la galería de Juana Mordó y en su propio estudio de la calle de Serrano.
El equivalente de Muller en Barcelona fue Francec Catalá Roca (1922-1998), hijo del prestigioso fotógrafo Pere Catalá-Pic, del que heredó su destreza técnica y su audacia formal. Sus fotografías de los años cincuenta mostraban ya a un profesional maduro, que sabía di- rigir su mirada hacia los detalles decisivos de la realidad. Sólidamen- te instalado en las gradas de su certeza, Catalá Roca sintió siempre una infrecuente seguridad en la validez de sus propias percepciones. Y ha sido ésta, seguramente, la característica esencial de sus fotogra- fías mejores, sus impagables reportajes de la España de su tiempo, y
Nicolás Muller fue uno de los más importan- tes fotógrafos que trabajaron en España en los días de la postguerra. A él le debemos algunos retratos excelentes de los miembros de la Generación del 98 y del 14. El retrato de Muller es obra de su hija, Ana MULLER (Archivo Muller)
 






























































































   403   404   405   406   407