Page 348 - El rostro de las letras
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TIEMPOS NUEVOS
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familiares, en el Rastro, en su despacho de la calle de Villanueva y en el universo abigarrado del Torreón de Velázquez, en el que Alfonso le sorprendió con su lápiz y sus cuartillas de colores caprichosos, junto
a su célebre muñeca, la “querida rival de cera” que se encontró su compañera Luisa Sofóvich. Alfonso le había retratado ya en sus días de intimidad con Colombine, con la pajarita de lunares vencida hacia la izquierda, como jugando a salirse del cuadro. Y fue el propio Alfonso el que le descubrió en actitud declamatoria, pastoreando a su grupo
de adláteres de Pombo, que le bailaban el agua. Al gran fotógrafo Luis R. Marín debemos la imagen magnífica del escritor encaramado al trapecio del Circo Price, en una de sus sonadas “performances”, con las que fue construyendo su máscara de díscolo, original y, por su- puesto, moderno. Los fotógrafos aún hallaron ocasión de registrar su gesto tristísimo, en los días de su humillante y fugaz retorno a Madrid, engañado, del caudillo abajo, por casi todos. Santos Yubero nos ha de- jado una docena de imágenes en las que se adivina su honda aflicción, en aquel Madrid ancho y ajeno, que le había olvidado. Pero el más sobrecogedor retrato de Ramón fue el que nunca debió hacerse, casi fuera de las fronteras de la vida, en el que mira a la cámara –nos mira a todos–, con ojos alucinados de hombre que conoce ya su sentencia. Lo tomó su amigo José Ignacio Ramos y durante unos días ocupó lu- gar privilegiado en las páginas de la prensa de un país intransigente y fanático, que nunca le perdonó su feroz independencia, su honestidad de hombre que no se casaba con nadie.
De otros a los que también aventó el exilio, como Alfonso R. Caste- lao (Rianxo, 1886-Buenos Aires, 1950), nos han quedado no pocas fotografías de sus primeros años. En ellas le encontramos como un joven flaco y desgarbado, tal como lo han descrito sus contemporá- neos, que lo recuerdan como hombre de pocas palabras, quizás el más silencioso de la tropa de melenudos que se reunían en la Peña del Café Colón de Santiago de Compostela. Cuando sus obligaciones periodísticas le llevaron a Vigo y Pontevedra, le retrataron Jaime Pa- checo y Joaquín Pintos. Del primero es su mejor retrato, perfecto de iluminación y composición, con un claroscuro que enfatiza las lentes sabihondas y sus saltones ojos de miope 66. Los cientos de reporta- jes que se hicieron después atienden más a su proyección pública, primero como miembro de la redacción de El Barbero Municipal (1910), diputado en Madrid después, ministro sin cartera del gobier- no de la República en el exilio (1946) y líder insigne del nacionalis-
  ANÓNIMO. Gómez de la Serna durante la lectura de su conferencia sobre el jazz, que pronunció en el Palacio de la Prensa. Madrid, 1929 (Archivo Fotográfico de ABC)
El último retrato de Ramón Gómez de la Serna lo tomó su amigo José Ignacio Ramos en su casa de Buenos Aires, días antes de su muerte, ocurrida el 12 de enero de 1963. (Archivo Fotográfico ABC)
66 Así lo recordó su amigo Javier Valcar- ce, en el artículo, “Retratos y semblanzas. Alfonso R. Castelao”, revista Galicia,
n.o 61, Madrid, 1 de febrero de 1909.

























































































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