Page 347 - El rostro de las letras
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fotografías, que tanto le impresionaron en sus largos paseos por el Rastro, la escuela en la que se doctoró en nihilismo: “Los cuadros
y las fotografías son en el Rastro algo espectral, desconceptuado, engañoso y verdadero. Mueven en uno sentimientos encontrados. Crédulos e incrédulos, encendidos y apagados de pronto. Crudas realidades de tiempo, de espacio y crudas realidades terrenas y humanas agravian estas fotografías, nos desaniman y nos defraudan, son aquí como miradas descoloridas, miradas de otro tiempo, pero miradas al cabo, con esa impotencia, con esa dramática extrañeza de las miradas que no pueden sino enfrentar las cosas sin retenerlas, sin salvarlas. Estas fotografías del Rastro no son como las que guardan nuestros padres de parientes y desconocidos; son más desconocidas, de muertos completamente perdidos de toda memoria humana. ¡Desahucio infinito por los que se agarran a nosotros y nos exigen una profunda atención, ya que es tremendo su desamparo!”. Para Ramón, que quizás ya presagiaba para sus fotografías un destino igual, aún era mayor el agravio de los retratos de celebridades que encontraba en las casas de antigüedades y librerías de lance: “Los retratos de los grandes hombres tienen más enconada sordidez que otros. A veces están dedicadas a ese amigo inútil y mediocre que es
el vicio, algo así como un vicio de invertidos, de los grandes hom- bres. Un sentimiento inconsolable nos clava a estas fotografías. Algo inhumano, algo insoportable, rígido, mal intencionado, una avaricia de los demás hay en estos pobres grandes hombres”.
De Ramón, no todos sus retratos, habiendo tantos, han acabado en
la almoneda. Sorprenden hoy sus imágenes juveniles, de Biedma, Compañy y Alfonso, en las que ya se adivina al adulto futuro, ancho y achaparrado, con cierta sonrisa de jamono, sus patillas azules de pas- toso y goyesco rizo, que conoció Juan Ramón a su llegada a Madrid. Ramón, que se consideraba como un gran mirador, más que escritor, no se gustó nunca en sus retratos, y menos en la percepción que los demás –y él mismo– tenían de su imagen fotográfica: “Yo soy ante, como vosotros queráis, como quieran los demás, un botijo, un zampa- tortas, un retaco, lo que cada uno quiera. A mí sin embargo me parece que los que menos me representan son los retratos (fotográficos), los espejos o los ojos de los otros [...]. Cualquier intento de perpetuación por el retrato es algo corruptor de nuestro gran vacío. La fotografía tiene muy buena voluntad, pero no aclara nada”. Quizás a su pesar, aunque cuesta creerlo, los reporteros lo retrataron en sus escenarios
ANÓNIMO. Ramón Gómez de la Serna, en sus primeros años en Buenos Aires. Hacia 1940 (Archivo Fotográfico ABC)
  Ramón Gómez de la Serna Gó- mez de la Serna es un hombre ancho, plano, saludable, excesi- vo, con sonrisa de jamono, alegre de conciencia y patillas azules de pastoso rizo goyesco. De pie, pa- rece un defensa de team de fútbol afeminado. En esa posición es un hombre completamente gris y anodino. Sentado es otra cosa.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ


























































































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