Page 345 - El rostro de las letras
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    328 TIEMPOS NUEVOS
íntegro que pasó la vida “cayéndose y levantándose”, y que supo estar, hasta su último aliento, siempre en su sitio. Como a Baroja y Unamuno, a Juan Ramón tampoco le gustaban sus retratos, quizás porque, vanidoso como era, esperaba más de ellos. “He visto –escri- bió– que soy poco fotogénico, como se dice ahora. Salgo mal en los retratos. Y como me piden muchos, pruebo a ver si me hacen alguno bueno que sirva, además, para los libros, pero no lo consigo”.
Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963) dedicó muchas líneas a la fotografía, aunque pocas veces pasó de la finta dialéctica, del relámpago verbal. Rebuscando entre sus greguerías
no es difícil hallar párrafos pretendidamente brillantes referidos a lo fotográfico, y no pocos lugares comunes, que tanto irritaban a Baroja: “los salones fotográficos tienen una magia especial”, “le quedaba en las gafas el recuerdo de las cosas vistas. Era un fotógrafo”, “yo siempre me he decidido a hacerme una fotografía callejera para saber a qué ate- nerme” [...]. Amigo de los fotógrafos, buscó su trato y fue testigo de la incesante actividad de los estudios establecidos en la madrileña Puerta del Sol y en las llamadas Cuatro Calles. “Las Fotografías –escribió–, en cuya alta guardilla pone «Hay ascensor», van tragándose a la gente en sus portales, y aunque no se nota, suben a retratarse filas enteras de gentes, que después se encuentran en las antesalas de los fotógrafos, donde se retratan unos a otros con la mirada” 65. En los años en que colaboró en el semanario Luz, acompañó a sus reporteros gráficos, y acabó habituándose a posar ante la lente amical de los Alfonso, con los que solía arribar, ya en la alta noche, a la barricada de Pombo. Alfonso fue el autor de la célebre fotografía de la tertulia que mantenía Ramón en la “sagrada cripta”, que puede competir en calidad compositiva
con el conocido cuadro de Solana. La importancia de esta imagen crece, cuando se sabe que no existen otros testimonios fotográficos de aquel cónclave literario, a pesar de la celebridad que alcanzó en su tiempo. Ni siquiera durante su inauguración estuvieron presentes los fotógrafos, quizás cansados de la tenaz insistencia de Ramón, que luego lamentó su ausencia. “Los fotógrafos –escribió– no fueron con sus máquinas a darnos el postre, ese postre como el de tortilla al ron con su llamarada y su azúcar blanca entre las llamas. ¡Gran golpe de magnesio, cuyo humo quiere destechar el techo!”.
A Ramón, no sólo le interesó el trabajo de los fotógrafos de su tiempo, sino que sintió siempre un profundo interés por las viejas
ANÓNIMO. Gómez de la Serna en los días de su relación con Carmen de Burgos, Colombi- ne. Hacia 1910 (Archivo Fotográfico ABC)
En la página siguiente: Ramón Gómez de la Serna escribiendo en su rincón de la botille- ría de Pombo. 1930. Fotografía de ALFONSO (Colección Pedro Fernández Melero)
 65 Gómez de la Serna, Ramón, Elucidario de Madrid, 1925, en el Volumen XV de las Obras Completas editadas por Círculo de Lectores, Barcelona, 1988.


























































































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