Page 320 - El rostro de las letras
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CAPÍTULO 11 Tiempos nuevos
E n los días que presenciaron la caída de la Monarquía, España era todavía un país eminentemente rural, menes- teroso y desigualitario. Más de un sesenta por ciento de
los diecinueve millones de españoles permanecían uncidos aún al yugo del analfabetismo, un sesenta y tres por ciento eran braceros y campesinos sin tierra y sólo un dieciséis por ciento trabajaba en la industria. Al Madrid barojiano de entonces llegaron medio millón
de personas procedentes de todos los rincones de la la nación, con lo que todavía en 1937 sólo un treinta y siete por ciento de los madri- leños eran naturales de la ciudad. Entre la capital burocrática que encontró Fernández de los Ríos y la que nos han descrito Galdós, Baroja y Gómez de la Serna, apenas existían diferencias sustanciales. Y así se mantuvo la ciudad hasta las vísperas republicanas, a dife- rencia de Barcelona y Bilbao, en donde las fábricas se habían con- vertido ya en parte principal de su fisonomía urbana. “Así como en aquellos años Barcelona liquidaba su siglo XIX –escribió Josep Maria de Sagarra– con una oleada de brillante y explosiva vitalidad noc- turna, de industrialismo alocado, de internacional maremágnum de negocios, piratería, espionajes, arriesgadas aventuras de juego, y con una hinchazón de energías para multiplicar el humo de las fábricas
y las posibilidades de la dentadura del comercio, Madrid continuaba viviendo el más orgulloso, holgazán y más irreductible siglo XIX”.
En su limitación y pobretería, Madrid continuaba siendo el pobla- chón absurdo, brillante y hambriento que encontró Valle-Inclán a su llegada a la capital, en 1895. A pesar de que el mejor espectáculo de la ciudad continuaba siendo el de sus gentes, el Madrid del primer tercio del siglo XX era también un lugarón galdosiano, que llevaba una vida plácida y hogareña, con cierto olor a mesa camilla, a tienda
Luis R. MARÍN. Ramón Gómez de la Serna durante una lectura en el desaparecido Circo Price de Madrid. Noviembre de 1923. “Los peores augurios se cernían sobre la noche
de mi conferencia en el trapecio –escribió Ramón–. Salí a la pista cuando llegó mi hora. Llevaba mi frac hilvanado y con las etiquetas de sastre pegadas. Subí al trapecio, desplegué un larguísimo papel y leí”. (Fondo Marín. Fun- dación Pablo Iglesias)



























































































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