Page 297 - El rostro de las letras
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    280 LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
que Rubén encargó las ilustraciones para la revista Mundial, nos ha dejado su figura de coloso revestido con sotana de fraile. “Yo también –dejó escrito el pintor– siento su retrato como un gran bloque, como un monje blanco, por pura necesidad plástica”. El propio Rubén sos- pechó alguna vez que era muy posible que hubiese nacido para fraile y no para poeta. En 1914 abandonó Europa huyendo del horror de la gran guerra, aunque en realidad sólo buscaba “el cementerio de mi tierra natal”. De sus últimos días nicaragüenses nos ha quedado una comovedora imagen suya, embellecido por la placidez de la muerte que ya se advierte en su mirada vencida, pasajero de la nave en la que realizó su último viaje. Él, que siempre había tratado de sortear su intuida condición de monje, no pudo evitar ser tratado como un santo, como nos dicen las imágenes de sus exequias en la ciudad de León, donde se dio tierra a su cadáver un día tristísimo de febrero del año 1916.
De Felipe Trigo (Villanueva de la Serena, 1864-Madrid, 1916) sí se conocen numerosas fotografías. Aquel médico militar, que gustaba de subrayar las historias de la guerra de Filipinas con su mano in- cógnita, siempre embutida en una guanteleta de cabritilla, escribía unos libros llenos de cierta brutalidad licenciosa, que cautivaban a sus lectores, que se miraban en aquellos amores quebrados, de un erotismo de cuartel y casino de pueblo. En los reportajes de Cam- púa le vemos en el jardín del hotelito de Ciudad Lineal en donde vivía rodeado de sus hijas, primorosas como muñecas y tan in- quietantes como él, calvo, renegrido, mirada extraviada y trazas de misántropo, como salido de una tela de El Greco. Allí escribía sin cesar, seguro de un éxito que venían a certificar las ventas de sus novelas, que se disputaban los militares con graduación, los sacris- tanes y los notarios. Se trasladaba luego el escritor a los cafés del centro de Madrid, conduciendo ensimismado un elegante automó- vil, como amortajado en unos trajes oscuros, que subrayaban la se- veridad de su persona. Se dirigía después al café Colonial, en el que hacía tertulia con Francisco Villaespesa, Camilo Bargiela, Bernardo García de Cándamo, Ortiz de Pinedo, y ocasionalmente con algún escritor “amaneciente” como Vicente Blasco Ibáñez. Un día aquel hombre fúnebre se pegó un tiro y su cuerpo quedó abandonado en el jardín de su casa, hasta que su enorme mastín de Terranova lo descubrió entre la hojarasca. Una escena que parecía escrita por el propio difunto.
Postal fotográfica de Felipe Trigo, editada hacia 1905 (Colección Santos Ventura)
CAMPÚA. Felipe Trigo era un gran aficionado a la ebanistería, que practicó en los últimos días de su vida. En la fotografía superior le vemos con su mastín de Terranova y su hija Consuelo, en el jardín de su hotelito de la Ciudad Lineal. 1914 (MECD, AGA, Fondo MCSE)
 FelipeTrigo Teníatodoelaspecto de un caballero español: barba en abanico, y una nariz aguileña de prócer. Su trato era de gran señor, amable y lisonjero.
RAFAEL CANSINOS ASSENS
 



























































































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