Page 296 - El rostro de las letras
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LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
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   le encontramos como un anciano prematuro, de ademanes lentos
y precavidos. Se observa en su mirada ese gesto pagano, sensual y aindiado con el que le conoció Juan Ramón Jiménez, que tanto le apreciaba. El propio Rubén proclamó siempre su condición indíge- na, a pesar de “mis manos aristocráticas”. Los fotógrafos registraron su estampa de moneda, ojos pequeños e inquisitivos, y siempre callado. Aunque le retrataron grandes profesionales, como Káulak, pocas fotografías suyas están a la altura de su talento. Sí han que- dado numerosas descripciones literarias, de Ricardo Baroja, Juan Ramón, Alejandro Sawa, Vargas Vila y Valle-Inclán. Vázquez Díaz, al
Rubén Darío ¡Qué melancoli- zante visión la de Darío, este joven pálido, viudo de todos los amores, que hace de su casa una Trapa, permaneciendo en ella largas temporadas sin salir, que prefiere la luz del gas a la gloria del sol, y el cinc de los mostrado- res venenosos al ancho panora- ma de los campos.
ALEJANDRO SAWA
ANÓNIMO. Rubén Darío en su lecho de muerte. “Ya estoy a bordo –había escrito–, en compañía de Ella”. El 6 de febrero de 1916 el poeta falleció. Sus honras fúnebres duraron hasta el día 13, en que se dio tierra a su cadáver en la catedral. (Archivo Rubén Darío. Biblioteca Histórica de la Universidad Complu- tense de Madrid)




























































































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