Page 299 - El rostro de las letras
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      282 LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
  Los hermanos Joaquín y Serafín Álvarez Quintero (Sevilla, 1871-1873) eran dos andaluces de semblante apacible, como se ve en sus retratos, que no son pocos. Según Pío Baroja estaban en todas partes, en un entierro, una inauguración, un homenaje. Eran el perejil de todas las salsas. Lo mismo oficiaban en las liturgias de la Academia, como se subían a un escenario, actuaban en provincias o decían unas pala- bras en la inauguración del monumento que Victorio Macho le hizo
a Galdós en el parque del Retiro de Madrid. Los fotógrafos, más que llevarles a su estudio, parecía que se encontraban allí con ellos, como mendigándoles una fotografía. Desde niños, el público se acostumbró a su imagen atildada, amable y acogedora, siempre en perfecto estado de revista, los zapatos lustrosos, el pelo y los anchos bigotes impeca- bles, muy en su papel de glorias nacionales, de personas que nunca habían roto un plato. Físicamente, eran muy diferentes. A Serafín, que era el mayor, se le ve en las fotos con más empaque, más rotundo y abierto. Joaquín parecía más tímido y callado, más a la sombra de su hermano. “Sus almas –escribió Zamacois– parecían continuar-
se como si fueran gemelas y conviviesen en un solo cráneo”. Como buenos hermanos, nunca se retrataron solos, y juntos aparecen en las fotografías de Franzen, Alfonso, Biedma, Portillo y Calvache, y en los reportajes que publicó la prensa de Campúa, Salazar, Marín y el alavés Enrique Guinea, desde que siendo aún niños ya soñaban con asaltar en Madrid las fortalezas de la gloria. Sólo la muerte pudo separarlos,
DÍAZ CASARIEGO. Los hermanos Quintero con Lola Membrives, el día del estreno del poema dramático Madreselva, en el teatro Fontalba. Madrid, diciembre de 1931. (Museo Nacional del Teatro. Almagro)
Retratos infantiles de los Quintero publicados en el frontispicio de sus obras completas. 1947. (Colección Joaquín Martínez)
 Hermanos Quintero Los her- manos Quintero eran reflexivos, callados, ligeramente tristes. Físi- camente, no se parecían. Serafín, dos años mayor, era el más robus- to y comunicativo. Joaquín habla- ba poco. Sus almas parecían con- tinuarse como si fueran gemelas.
EDUARDO ZAMACOIS



























































































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