Page 251 - El rostro de las letras
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    234 LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
Guerra Mundial, Julio Burell le consiguió una Cátedra de Estética en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Academia de San Fernando, de la que pronto dimitió. Esta proximidad de Valle con las Bellas Ar- tes se mantuvo en el ejercicio de los cargos que le ofreció el gobierno de la República, como el de Conservador del Tesoro Artístico Na- cional y director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma. Poco antes, en el número de La Nueva España correspondiente al 1 de marzo de 1930, Ramón Sender había hecho una descripción mag- nífica de los instantes previos a una de las numerosas detenciones de Valle, que nos muestra su estrecha relación con el pintor Echeva- rría: “Las diez de la noche de un abril aún indeciso. Valle-Inclán iba Castellana arriba con Juan Echevarría, el pintor. Despacio, haciendo frecuentes paradas. Ya cerca del Hipódromo se desviaron por Diego de León. Al separarse, los agentes que acechaban cayeron sobre Valle- Inclán. Volvió luego a quedar solo en la celda. Ocho días permaneció allí, hasta que lo llevaron a políticos”.
A Echevarría debemos un retrato de Valle realizado en 1922, en el que encontramos al escritor en actitud un tanto forzada, con largo báculo y una exótica manta coloreada que semejaba un poncho, a medio camino entre el viejo hidalgo y el aventurero americano que siempre quiso ser. La sutileza del pintor se hace más presente en otro posterior, ya en las vísperas republicanas, que nos muestra al escritor reducido a puro espíritu, en pose idéntica a una conocida fotografía que del maestro tomó el fotógrafo Moreno en el propio estudio del pintor, sentado y de perfil, con sus barbas de chivo des- parramadas sobre la pechera, la manga fofa de la chaqueta revelando su sobrecogedor vacío, la mirada perdida, de hombre que sabe que a través de los cristales de la cámara le mira ya el ojo de la eternidad. La huella del retrato de Moreno la percibimos también en el que le hizo Ignacio Zuloaga, aunque el pintor ha mudado el desolado fondo del estudio por otro más delicado e impersonal, que subraya la man- quedad gloriosa del escritor. En éstos y en otros retratos fotográficos y pictóricos ya se ve que Valle fue un consumado poseur, un actor que interpretaba como nadie el personaje de sí mismo, lo cual no es poca cosa. Algo que no supo aceptar Pío Baroja, que nunca entendió por qué amaban tanto las cámaras y los pinceles a aquel hombre di- minuto por el que, aparte de una envidia pueril y obstinada, todo hay que decirlo, sentía un evidente respeto como escritor. “Valle-Inclán –escribió don Pío– no era hombre cara bonita, ni mucho menos;
Las primeras imágenes de Valle-Inclán le representan con largas melenas negrísimas y quevedos en cinta, como le vemos en esta fotografía de COMPAÑY, tomada en 1898. (Archivo Fotográfico ABC)
ALFONSO. Valle-Inclán en su casa de la calle madrileña de General Oráa, con sus hijos, Carlos, Mariquiña, María Antonia y Jaime. Falta Conchita, la hija mayor. 1930 (Archivo Fotográfico ABC)
  Valle-Inclán Valle era el primer gallego de España y el mejor es- critor de Europa. Era un santo de las letras, el hombre que sa- crifica su humanidad y la con- vierte en buena literatura.
ANTONIO MACHADO




























































































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