Page 237 - El rostro de las letras
P. 237

      220 ESCRITORES Y FOTÓGRAFOS
determinó la calidad y el interés de la espléndida galería de celebri- dades que, con una obstinada perseverancia, comenzó a elaborar desde el mismo día en que abrió las puertas de su estudio de la calle General Castaños. Más que ninguno de sus compañeros de profe- sión, tuvo Alfonso la clara determinación de reunir una exhaustiva Galería de Celebridades, muy señaladamente de escritores, con los que siempre mantuvo una estrecha camaradería. Contaba para ello con una ambición sin límites, un envidiable instinto y penetración, una audacia impropia de sus pocos años, unas dotes innatas para las relaciones públicas y un admirable dominio del oficio, conse- guido en sus largos años de meritoriaje profesional con Amador y Compañy. De ellos aprendió a desdeñar los pretenciosos artificios con los que los fotógrafos mediocres trataban de impresionar a
su clientela, que eran precisamente los que él trataba de evitar. De aquellos días son retratos como el de Valle-Inclán (1910), recién llegado a la capital, en el que aparece el gran escritor con sombrero hongo y luenga barba, mirando al objetivo con la misma melancolía y las mismas lentes de concha con las que el fotógrafo volvería a encontrarle, veinte años después; el de Pío Baroja (1918), como un personaje de sí mismo, ocultando la mano en un abrigo pañoso que anuncia la manta con la que el maestro se protegería después del frío helador de la ciudad hostil; las despojadas imágenes de Emilio Carrere, emboscado en su chalina, con un ojo averiado y la fama fracturada por la maledicencia; la sorprendente lección de anatomía de un Ramón y Cajal vestido con su mejor traje (1915), en la que aún no ha logrado desprenderse de la huella de la pintura; o, en fin, la admirable figura de don Benito Pérez Galdós (1915), que nos mues- tra al gran escritor como buscando amparo en un rincón del patio de su casa madrileña de Hilarión Eslava, con un perro que también, por mimetismo o solidaridad, se estaba quedando ciego.
Con estos retratos inició Alfonso su personal crónica gráfica de un tiempo memorable de la historia cultural y política española, que tuvo su eje en aquel Madrid desvencijado del primer cuarto de siglo. En años posteriores completaría su galería de literatos, auxiliado por sus hijos, Pepe y Alfonsito. De los días de la República son los retra- tos admirables de Gómez de la Serna, multiplicado en los espejos de Pombo (1930); el de Valle-Inclán leyendo El Imparcial en la intimi- dad de la cama turca de su casa de General Oraa (1930); o su imagen de romántica elegancia, paseando por la paz casi agropecuaria del































































































   235   236   237   238   239