Page 186 - El rostro de las letras
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LA APOTEOSIS DE LOS CAFÉS
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de la calle Mesonero Romanos se reunía la tropa modernista, capi- taneada por Francisco Villaespesa y los peruanos Santos Chocano
y Felipe Sassone 44. La librería del viejo López, en plenas ramblas
de Barcelona, era aún más angosta, de modo que los que acudían
a sus concilios se veían obligados a buscar acomodo en la acera de enfrente. A ella asistía don Santiago Rusiñol, que imponía su ingenio y su figura descomunal a otros contertulios fijos u ocasionales, como Ramón Raventós, Marius Aguilar, Ángel Pestaña y los colaboradores de L´Esquella de la Torratxa y La Campana de Gràcia, que tenían su sede en la librería. A ella solía asomarse también Josep Pla, que más de una vez sorprendió a Rusiñol ya “herido de popularidad” abandonando el local para dirigirse al cercano Lyon d´Or, donde se tomaba uno o dos aperitivos y se integraba en otra tertulia que era, “como todas las demás: híbrida, inconexa y vaga”.
En aquellos concilios nunca faltaron los fotógrafos, los grandes bacines de la ciudad, que se amigaban con los literatos y los artistas, cada uno mirando a lo suyo: Eusebio Juliá, en el círculo de artistas y músicos del Café de Levante; Compañy, con los escritores y gentes del procomún, que tan sabiamente reflejó en el cristal de sus cámaras; Alfonso siempre al lado de los escritores y políticos, pero anclados los pies en la tierra, como hombre que tenía muchas bocas que alimentar; Biedma, cómplice de las personas que se iban a retratar a su estudio, entre ellos sus camaradas de la literatura; Káulak, cercano a los poli- ticastros y a algunos hombres de letras deslumbrados por el prestigio de su apellido; Franzen, un poco con todos, con las marquesas que adoraban su delicadeza de arcángel nórdico y con los artistas y escrito- res, que apreciaban su talento; Campúa, en la cuerda de los personajes que le bailaban el agua a Alfonso XIII, aunque su ojo poderoso no se cerró nunca ante las manifestaciones populares de la vida; Amadeo
y Audouard, mezclados siempre con los dramaturgos y artistas de la escena; Esplugas y Antonio García, cercanos a los pintores, escritores y las gentes de su oficio. A ellos debemos un luminoso retrato de los desaparecidos cafés y un monumental retablo iconográfico de la vida social y cultural española del tránsito entre los siglos XIX y XX, en la
que los literatos y ellos mismos pugnaban por vivir decentemente de su oficio. Un tiempo infortunado en el que el público lector era tan es- caso, que alguien dijo que los libros de moda eran todavía los misales para las mujeres y el librillo de papel de fumar para los hombres. Un tiempo que vive aún gracias al milagro de la fotografía.
En plenas Ramblas, la librería Española de Antonio López fue editorial, redacción de las más importantes revistas gráficas de Cataluña y punto de encuentro de artistas y escritores. Barcelona, 1900 (Arxiu Fotogràfic de Barcelona)
 44 Buil Pueyo, Miguel Ángel, Gregorio Pueyo, editor, Instituto de Estudios Madrileños, Madrid, 2010.
























































































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