Page 160 - Revista de Occidente o la modenidad española
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del edificio, no podía haber elegido mejor sitio para su sede representativa. La avenida de Pi y Margall —el tramo de la Gran Vía entre la Red de San Luis y Callao— estaba convirtiéndose en una réplica castiza de la Quinta Avenida neoyorquina de los primeros años veinte, cuando Manhattan carecía aún de grandes rascacielos, pero la flanqueaban ya imponentes construcciones, de estilo tan incierto como las que empezaban a elevarse en la arteria madrileña, que se iba abriendo paso de forma traumática entre el tejido urbano de callejas y casas galdosianas.9
Y Gonzalo Redondo lo amplía:
Pi y Margall era el edificio que, por entonces, se estaba construyendo Espasa-Calpe para oficinas y exposición en Madrid, la conocida Casa del Libro. Allí se instalarían, mediados del verano, José Ortega y Gasset, su hermano Manuel, que con tanta eficacia lo ayudaría a llevar la parte administrativa de la revista, y Fernando Vela, secretario de redacción de la nueva empresa. El edificio estaba aún sin terminar (el trozo de la Gran Vía entre la Red de San Luis y Callao lo inauguró el rey el 1 de octubre de 1923), pero la tarea no podía esperar. El entusiasmo era grande y muchas las ambiciones que se ponían en la nueva publicación.
Perfecta metáfora que ilustra como la propia sede de la Revista de Occidente se presentaría, físicamente, como el ejemplo palpable de esa búsqueda, de esa ansia de modernidad que la nación creía exigir. Lo que vale hoy es la hoja de «Propósitos» que escribe Ortega abriendo el primer número. Comienza por enseñar las cartas de la partida a jugar, sin el tram- pantojo patrio, sin el retorcimiento tan castizo de los espejos deformantes, sólo, dirá, «con noticias claras y meditadas», acontecimientos, ideas que contagien
9Vicente Cacho
Viu, «El imperio intelectual de Ortega», en Los intelectuales
y la política, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, p. 187.
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