Page 322 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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2 Amplia glosa de este fundamental discurso de Salazar en el II Congreso del Centro Católico Portugués (de 29 y 30 de abril de 1922), en Nogueira, Franco, Salazar, Coimbra, Atlântica Editora, vol. I, p. 243.
3 Torre, Hipólito de la, op. cit.
tigio social. Serio, callado y tímido, se impone desde niño por su rigor y su inteligencia. Conservador y monárquico no declarado, Salazar vive en su juventud los años tormentosos de la primera república y de su política anticlerical, militando en el movimiento católico, del que en 1922 llega a ser la figura cimera. Accidentalista en lo político, lo que le importa a Salazar no es la forma del Estado, sino la difusión en la sociedad de los principios y valores del cristianismo. Pero ese indiferentismo tiene límites. Salazar fija así el pensamiento cristiano sobre el poder: una sociedad “jerarquizada, no igualitaria”; un origen divino, “no democrático del poder”2. Cuando en 1928 los militares le llaman para sanear las finanzas públicas, le dotan del poder que exige, y él consigue el “milagro financiero”, habrá demostrado –y explicará– que la clave era el poder. Lo organiza y se instala en él.
No hay duda de que todo, en lo político y en lo ideológico, aleja a estas dos personalidades. Pero también hay rasgos comunes. Sus generaciones resultan aproximadas. Uno y otro proceden del mundo del conocimiento –Azaña, del intelectual; Salazar, del académico–. El matiz es importante, porque el pri- mero será siempre abierto, crítico, democrático; y el segundo, propenso al dogmatismo. No son hombres de partido y carecen de antecedentes destaca- bles en la vida política. Ambos llegan al poder casi al tiempo, en situaciones de crisis de legitimidad y/o vacío de poder. No lo asaltan, sino que se les da. Y el éxito en la resolución de los más inminentes problemas (equilibrio finan- ciero de Salazar; reforma militar de Azaña) los consolida en él. En los dos casos el objetivo es una reforma total del Estado, del poder y de la sociedad. Azaña y Salazar no son propiamente políticos, sino estadistas, que contem- plan una obra de futuro. Ambos detestan la política de intriga y de campa- nario, y se aíslan para sobrevivir y trabajar. Ambos son introvertidos y distan- tes, seguros de su valía y muy a menudo desdeñosos; uno y otro dominan el arte de la palabra –oral o escrita– que impone a Azaña en el parlamento, y explica al país, en prosa política de calidad, las razones de la dictadura portu- guesa. Tanto Salazar como Azaña actúan sin complejos y se muestran inde- pendientes: el francófilo Azaña deja marchar a Herriot sin una palabra de compromiso y muchas acerca de la música. Salazar acabó con la tradicional dependencia portuguesa de Inglaterra, y se enfrentó a los americanos resis- tiendo impertérrito las presiones para descolonizar.
Tales fueron algunos de los rasgos de las dos importantes personalidades que coincidieron, enfrentadas, y sin nombrarse, en la histórica encrucijada de los años treinta.
Azaña y Salazar, con cuanto significaban, acabaron por decidir sus destinos en los campos de batalla de España. Ya se sabe quién ganó. Y por mucho tiempo. Pero la de Salazar no era la última palabra. No podía serlo. Se lo había adelantado, con la sabia perspectiva vaticana, casi dos veces milenaria, el nuncio de la Santa Sede en Lisboa al embajador de España, Sánchez Albornoz: “Aunque esta situación dure cien años, será siempre interina”3.
salazar. el enemigo innominado 321