Page 221 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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de hacer cualquier acto de propaganda. Incluso antes del 10 de agosto. Al diputado Gil Robles se le había prohibido celebrar mítines nada menos que 68 veces. Incluso se había dado el caso de que se autorizara un ban- quete en su honor siempre y cuando no hiciera uso de la palabra.
No era el único ejemplo. A uno de los jefes de la Compañía de Ferrocarri- les del Norte, Cirilo Tornos, le había echado de su puesto el ministro de Obras Públicas, Indalecio Prieto, por no ser de ideas republicanas. Una conducta que contrastaba con lo que había sucedido bajo la monarquía, cuando hasta el presidente del Consejo, Manuel Azaña, había ocupado un puesto en el Ministerio de Justicia durante muchos años. Se silenció que fue como mero funcionario.
Las detenciones (casi siempre arbitrarias) se multiplicaban. Ciudadanos declarados inocentes por los tribunales se veían con frecuencia retenidos en prisión. Es lo que ocurrió al Dr. Albiñana y, ¡oh, cielos!, al señor (no se indicó título) Luca de Tena. Se perseguía a intelectuales como Rami- ro de Maeztu, Honorio Maura, Lequerica, el marqués de Quintanar, Álvaro Alcalá-Galiano, etc. Las detenciones solían hacerse de madruga- da, sin la menor consideración, y a los afectados se les llevaba a las co- chambrosas celdas de la Dirección General de Seguridad, que supone- mos eran las mismas que las que destinaba la monarquía a sus “huéspedes” equivalentes.
En definitiva, la venganza y el rencor habían sustituido a la justicia. ¿Un ejemplo? Los hermanos Miralles, en prisión desde mayo de 1931. O el Dr. Albiñana, desterrado en Las Hurdes y gravemente enfermo, hasta el punto de que el alcalde del “pueblo” de Martilandrán se había obligado a hacer público un telegrama dirigido al ministro de la Gobernación. Se trataba más bien de una alquería. Como los autores no estaban dotados del don de la adivinación, no pudieron prever que, al año siguiente, Albiñana publicaría un libro (España bajo la dictadura republicana) que convirtió el panfleto en un auténtico cuento de hadas.
Todo lo anterior eran pequeñeces. Lo realmente importante fue otro tema. No era de gran actualidad en Francia, pero sí en España: la reforma agraria. En ella se ponía de relieve algo muchísimo más preocupante: el no respeto a la propiedad privada, con una reforma de tendencia colectivista. Bastaba con señalar que las tierras compartidas no serían propiedad de quienes las trabajaban, sino del Estado. Su explotación dependería de sindicatos obre- ros, fácilmente invadidos por el socialismo, lo que constituía un primer paso hacia los soviets. Incluso se había decretado la expropiación sin indem- nización de los patrimonios rurales que pertenecían a los grandes de Espa- ña. Era la persecución sistemática de una categoría de la nobleza cuya úni- ca falta consistía en tener antepasados que habían hecho honor a la historia de la patria.
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