Page 213 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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miembros de su Gabinete integrarían más tarde la célebre UMRA (Unión Militar de Republicanos Antifascistas) y tejerían, desde 1935, una red de información en los cuartos de banderas que hubiera permitido al Gobier- no republicano anticiparse a los planes de sublevación del 18 de julio. Pero Azaña mantuvo su compromiso con la legalidad, a pesar de conocer de primera mano lo que sucedía en el seno del ejército. El peso de la expe- riencia de la Sanjurjada en su labor ministerial fue decisivo en la primave- ra de 1936.
Por otra parte, en los sucesos del 10 de agosto, Azaña tuvo ocasión de comprobar el comportamiento de la recién creada Guardia de Asalto, como cuerpo policial desgajado del ejército, encargado del orden público. El director de Seguridad, Arturo Menéndez, y el ministro debatieron sobre el comportamiento que la guardia iba a mantener ante las probables intimidaciones que iban a sufrir por parte de los jefes golpistas y la nece- sidad de reprimir a mandos y jefes a los que consideraban compañeros. También el comportamiento de las fuerzas del orden creadas por la Re- pública acrecentó la falsa confianza en las posibilidades de fulminar cual- quier intento de rebelión.
En las conversaciones e iniciativas que suscitó la intentona apareció uno de los elementos que se iban a convertir en decisivos para combatir el golpe de 1936: la creación de una milicia popular que superara el grado de implicación de los profesionales de Asalto. Propuesta nada menos que por el maurista Ángel Ossorio y Gallardo, suscitó el rechazo de Azaña en estos términos:
He tenido una larga conversación con Ossorio en un pasillo del Con- greso. Me ha hablado con interés de un proyecto de milicia ciudadana para defender la República, que me envió articulado hace dos días. Le he opuesto algunos argumentos que siempre hay contra ese género de fuerzas, y mi poca inclinación a que ciertas funciones sean asumidas por aficionados. No faltan motivos para creer que un organismo así, en el supuesto de que llegase a ser realmente una fuerza, capaz de sostener un choque, podría ser una causa u ocasión de desorden, de conflictos, y probablemente de opresión sobre el Gobierno. No creo ahora necesario, ni conveniente, disolver el ejército. Solo en caso tal convendría crear otra cosa. Y lo mejor es ir transformando el ejército, con reducciones del servicio en filas, y otro modo de reclutar y prepa- rar a la oficialidad3.
En sus reflexiones, el ministro adelantaba la que iba a ser su opinión respecto a la creación de un ejército miliciano en los albores de la Guerra Civil: la iniciativa no era positiva, pero se convirtió en inevitable y sig- nificaba, de facto, la disolución de un ejército que los dirigentes de la República –y a él le competía la máxima responsabilidad en el programa
3 Azaña Díaz, Manuel, Diarios, 1932-1933, “Los cuadernos robados”, Barcelona, Crítica, 1997, p. 41.
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