Page 211 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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fue la búsqueda de la estabilidad, de tal manera que los cambios no siempre compensaron a quienes habían apoyado a la República: Ruiz Fornells conti- nuó como subsecretario; Goded, que no había dado muestras de entusiasmo por la proclamación del nuevo régimen, fue nombrado jefe del Estado Mayor Central; el general Sanjurjo fue confirmado como director general de la Guardia Civil y designado además alto comisario del Protectorado en Ma- rruecos. En Aviación, en cambio, los nombramientos premiaron a los mili- tares cercanos a la revolución: Ramón Franco tomaba posesión de la Direc- ción General de Aeronáutica y Ángel Pastor, de la Jefatura de Aviación.
Para asesorarse sobre las interioridades del cuerpo y para conducir una refor- ma que, sin duda, iba a suscitar una fuerte reacción dentro de él, el ministro prefirió rodearse de oficiales de baja graduación, que tenían una concepción liberal del ejército y podían ser muy útiles por sus conocimientos técnicos. Por ese motivo, tras su designación como ministro de la Guerra, Azaña creó el Gabinete militar, encargado de asesorar y ayudar al ministro en su célebre reforma, así como de lidiar con la práctica de la gestión ministerial. Era un instrumento conocido en aquellos países europeos que tenían ministros civi- les en la cartera de defensa. En España era un elemento nuevo y, a diferencia de lo que sucedía en países como Francia, no integró a poderosos generales, sino a hombres de la confianza de Azaña que poseían buenos conocimientos técnicos y una formación intelectual ligeramente superior a la media del ejército. Las graduaciones más frecuentes de sus miembros eran las de capitán o comandante y estaba dirigido por su colaborador, Juan Hernández Saravia. Pero el Gabinete tuvo poca influencia sobre la filosofía política de las refor- mas, que respondían a una concepción intelectual que el ministro había elaborado a lo largo de años de reflexión. Sin embargo, los generales y jefes de alta graduación se sintieron agraviados por las preferencias del ministro por militares que no poseían su rango ni su trayectoria.
Llegaron de forma inmediata los decretos de amnistía, sobre adhesión y fidelidad a la República, retiros, jurisdicción militar, el cierre de la Acade- mia General Militar de Zaragoza, la supresión de las regiones militares y de la jerarquía de teniente general y la revisión de la política de ascensos. En dos meses, el grueso de la reforma había sido promulgado. Según Azaña, la reforma era tan urgente y había sido objeto de tan profunda reflexión que no podía esperar a la apertura de Cortes Constituyentes. Los objetivos, de sobra conocidos, podían resumirse en cuatro puntos: apartar al ejército de la vida política, restringir su dedicación a funciones militares y no policia- les, anteponer su carácter defensivo al ofensivo y reducir sus efectivos para crear un ejército más eficaz y menos costoso.
El ejército “soliviantado”
Precisamente porque el fin último de la reforma era evitar el militarismo en la vida política, las reacciones militares surgieron de inmediato. Aunque
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