Page 212 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Azaña trató de insuflar un sentimiento de confianza y de tranquilidad, no renunció a todas aquellas medidas que restaban influencia política al ejér- cito y privilegios injustos a sus miembros. Como consecuencia, aquellos días en que fue ministro de la Guerra estuvieron cargados de intrigas y problemas militares. En general, delegó en su Gabinete militar las medidas para su resolución, salvo que el problema adquiriera mayores dimensiones. Y se sucedieron conflictos menores, como el de noviembre de 1931, en el que ingenieros y escolta presidencial se disputaban el emplazamiento en el Cuartel de la Montaña. Otros de más calado, sustentados sobre constantes rumores de sublevación, protagonizados por células ultraizquierdistas o, con más frecuencia, por generales reaccionarios. Hubo de hacer frente a enfrentamientos públicos entre oficiales como los que enfrentaron a Go- ded, Villegas y Caballero con Mangada, asunto que motivó la destitución del primero al frente del Estado Mayor Central. Se recibieron con frecuen- cia anónimos y amenazas contra el ministro y nunca se agotó la permanen- te sensación de intranquilidad ante un posible golpe militar. Los asuntos de Guerra siempre ocuparon mucho tiempo a Azaña. Solo su intervención en los debates constituyentes –entre ellos, el famoso debate referido a la “cuestión religiosa”, que terminó por conducirle a la presidencia del Go- bierno– diluyó un poco la permanente presencia de los problemas militares que, día tras día, reseñaba en su diario. Más tarde, durante los meses en que compatibilizó la presidencia del Gobierno y el Ministerio de la Guerra, los asuntos militares ocuparon siempre una parte sustancial de su gestión política.
Los momentos más tensos que vivió Azaña al frente de la cartera de Guerra fueron, sin duda, motivados por la sublevación de Sanjurjo y el asunto de Casas Viejas. El golpe de agosto de 1932 constituye el parteluz de la labor ministerial de Azaña en Guerra, no solo desde el punto de vista cronológi- co, sino, esencialmente, en la acción política. La historiografía ha destacado el impulso que el rápido desmantelamiento de la sublevación proporcionó a la labor reformista del Gobierno republicano-socialista. Y como contra- partida, la sensación de autosuficiencia y control sobre posibles movimien- tos subversivos dentro del ejército que adquirió el Ejecutivo y que tan ne- fastas consecuencias acarrearía en la primavera y el verano de 1936, ante los indicios ciertos de una nueva sublevación.
Para Azaña, la noche entre el 9 y el 10 de agosto de 1932 significó mucho más. Aunque el ministro no era muy proclive a las relaciones personales con los generales y los altos mandos militares, la Sanjurjada obligó a Aza- ña a realizar una prospección sobre la lealtad en el ejército, a través de una red de entrevistas que llevó a cabo el ministro en persona o a través de su jefe de Gabinete. A partir de ese momento, el Gabinete militar y el propio ministro fueron conscientes de la importancia de mantener una cierta capacidad de penetración en los planes del ejército a través de un control de los mandos militares menos afectos a la República. Muchos de los
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