Page 136 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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9 Ibídem, p. 706.
10 Ibídem, pp. 658 y 659.
11 Ibídem, p. 678.
No rayaba en vicio la lectura, sola comunicación tranquila con el pró- jimo. Vida de Robinsón, solaces de un náufrago perdido en otra ínsula, tal vez remanentes en la poca necesidad que tengo de divertirme; aquel fue mi uso de libertad9.
Esta desasistencia social y comunitaria lleva al joven colegial al recuerdo añorante de la casa familiar, a la atisbada referencialidad del mundo “de afuera”, y a las deprimentes expectativas de un previsto futuro que despier- ta pocas perspectivas ilusionantes, o ninguna. Resulta difícil precisar hasta qué punto podía ser consciente de estas circunstancias aquel solitario mu- chacho; pero el Azaña adulto que vuelve a aquellos momentos medita, ya con conocimiento de causa, sobre el destino profesional y la inclusión social de ese alumnado:
Larva de funcionario que será por vocación padre de familia en cuanto se libre de quintas: así reza el cartel que a uno le cuelgan del pescuezo. Y entonces empieza el amarse a sí mismo con monstruoso amor, mace- rado en la soledad, y el zambullirse, culpable la inocencia, en el deleite de los ensueños. Porque toda la maleza que en tal sazón vamos viendo crecer y tupirse es sin duda el desorden, es el mal, es lo prohibido, lo vergonzoso y recóndito de que no se debe hablar. O acaso los demás no están dañados y uno es el caso insólito: un monstruo10.
Determinados momentos de la novela muestran una curiosa vida bohemia colegial, con las bromas y jugarretas propias de cierta picaresca estudiantil; este ambiente de jocosa intranscendencia agudiza aún más el sentido in- trospectivo, intimista y autoescrutador de nuestro protagonista. No estará lejos una crisis religiosa, la fractura de la conciencia ideal del mundo al contactar con realidades de inspiración sobrenatural, por así decir, o con las representaciones litúrgicas de esas realidades. No estamos ante un catártico trauma espiritual o ante una súbita conversión a revelados misterios. Más allá de la habitual –y acaso tranquila– educación religiosa que regía en esa vida escolar, esta concienciación se ve ocasionalmente reforzada por los conocidos “ejercicios espirituales”, de inspiración jesuita:
De pronto sentí que todo eso iba conmigo por modo personal y exclu- sivamente; el jesuita vociferaba mi historia secreta. Una mano saldría de las tinieblas y asiéndome por los cabellos me levantaría en alto, para que todos supieran de quién se hablaba. El horror venía sobre mí. Algo iba a ocurrir que yo no quería que fuese. Me resistía. ¡Oh! ¡Si cerrar los ojos hubiese bastado! Busqué asidero; quise durar más en la vida de entonces –¿no era aquello irse muriendo?–. No pude; rodé al precipicio; lo que no podía dejar de haber sido, fue. “¡Que Dios os toque el corazón!”, clamaba el jesuita. No lo pidió en vano. Con un vuelco en las entrañas me deshice en tantas lágrimas, que al volver a casa me escondí por que no advirtiesen las huellas del llanto11.
manuel azaña en su jardín de los frailes 135