Page 134 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
P. 134
Manuel Azaña
El jardín de los frailes
Madrid, CIAP, 1927
Con dedicatoria manuscrita a José María Vicario Colección privada
de María José Navarro Azaña
Estamos también ante la crónica de una intenciona- da formación intelectual; se trata de la preparación universitaria de los hijos de una burguesía dirigente, la clase social que se había fortalecido bajo el auspicio de la Restauración canovista. Cualquier ambición, ilusionadamente vocacional, que pudiera albergar aquel estudiante quedaba cercenada por su inapelable destino social. Una cierta idea de fracaso, acaso in- consciente, marcaba una educación memorística, acrítica y adocenada. En El jardín..., el estudio de las diversas materias legales se basa en criterios puramen- te formales y tecnicistas, donde nada tienen que ha- cer las motivaciones humanas o los procesos lógicos del pensamiento jurídico. De hecho, esta era la me- todología intelectual exigida al opositor funcionarial, ejemplar cumplidor de altas responsabilidades admi- nistrativas. Recordemos aquí que Azaña optará con éxito a una plaza en la Dirección General de los Re- gistros y del Notariado. Rememorando aquella épo- ca, establece con claridad el perfil de una formación conceptual sistemática y acientífica, basada en una pedagogía tediosa y formularia. Buena prueba de ello son los conocidos certámenes entre alumnos que, siguiendo el método tomista, argumentan peregrina- mente sobre los más diversos asuntos, perdidos en un mar de incomprensibles silogismos:
En los certámenes había que discurrir por silogismos. Dos veces com- parecí ante el colegio en pleno a sostener tesis de encargo. El padre Blanco me confió la primera: “De la belleza como cualidad suprasensi- ble”. Sería entonces cuando fundé mi reputación. Al año siguiente nos pusimos a desenredar en público los pleitos de un ciudadano romano. Presenté mis conclusiones. El adversario me asestó un silogismo violento. Sin rendirme, clamé:
–¡Niego la mayor!
–¿Cuál es la mayor? –replicó desconcertado. Aquella noche no discutimos más6.
Nos hallamos ante simples ejercicios prácticos, algo desnortados, vehículos de una repetitiva dinámica discursiva. No importa tanto la fuerza del pen- samiento como la hábil defensa de los argumentos propios frente a los del oponente. Se coartan así los resortes imaginativos o razonadores del alum- no, fomentando la intolerancia de la verdad absoluta que se posee por en- tero. Es esta una pedagogía que aísla del mundo exterior, a la vez que re- fuerza la entidad de grupo y la afirmación de las certezas.
6 Ibídem, p. 669.
manuel azaña en su jardín de los frailes 133