Page 137 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
P. 137

Estos convulsos efluvios no tardarán en desaparecer y, tras la distanciada revisión lógica del sentido de lo espiritual, nuestro esporádico converso evolucionará hacia una decidida descreencia. Esto conllevará una decepcio- nante visión del vínculo entre lo divino y lo humano. Y queda constancia, a la vez, del fracaso de esa experiencia como ensayo de vida interior. Con el paso de los años, a no tardar mucho, otra “fe”, el racionalismo de ascenden- cia ilustrada y el democratismo liberal, dejará muy atrás aquellas transcen- dencias espirituales de muy episódica duración.
El jardín de los frailes no supone solo un autorretrato intimista de aquel “colegial de antaño”; es, asimismo, un fresco de las ideas sociales, históricas o políticas de un joven burgués de finales de siglo. Desde el punto de vista del narrador, se ejercita una crítica a aquella colegial, monolítica, triunfan- te y simplona idea de España que, por otro lado, no tardará en darse de bruces con el Desastre de 1898. Así se describe la forja de una convencional identidad española:
El español bueno no tiene que devanarse los sesos; ser castizo le basta. Todo está inventado, puestas las normas: gobernar como Cisneros; escribir como Cervantes; y hallándose frente al mundo en actitud de litigante desposeído por la fuerza del bien que le pertenece, meterse en un rincón a devorar el reconcomio, no tratarse con nadie, pedir para los émulos victoriosos el mayor mal posible. Su deber es imitar, conservar, en espera de tiempos mejores o que fallando el último jui- cio, confundidas las potestades diabólicas, la misión española se jus- tifique12.
Sobre esta imagen, Azaña traza la visión de una trayectoria histórica con- vulsa y afligida, a la vez que ahormada sobre tópicos heroicos y engreídos perfiles nacionales. Se sabe integrante de una comunidad que aún está por contactar con una efectiva realidad colectiva, pendiente todavía, a través de los siglos, de la modernización política y el equilibrio social. Deja constan- cia así del –a su juicio– tardío momento de su concienciación identitaria: “Tarde comencé a ser español. De mozo me criaba en un españolismo edénico, sin acepción de bienes y males. Veía en el mapa las lindes de una España, pero este era nombre sin faz; moralmente, no advertía sus límites ni sospechaba que los hubiese”13.
Se siente así español a partir de la comprensión racional del sentido de España, de su inclusión en una ancestral trayectoria, heredero de anteriores generaciones e integrante de un mismo y único tronco común.
La estancia como alumno interno en el colegio universitario de El Escorial marca decisivamente la posterior conciencia adulta de Azaña, en muchos y variados sentidos: aparatosa educación sentimental, constatación de una pedagogía de futuro funcionarial, querencia por una asumida soledad,
12 Ibídem, p. 690. 13 Ibídem, p. 683.
136 Jesús Ferrer Solà



























































































   135   136   137   138   139