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 “Catalina, de color de frambuesa dorada y voz de plata oxidada, deleitosa de ver, exquisita de oír, toda emoción, perfume y gracia. Las tablas ceden el paso a la panta- lla. Quedas tú, como reliquia, con su silue- ta de oro, con tu voz mate de plata, con tu alma enorme, dulce y apasionada”.
Ramón Pérez de Ayala
Pocas actrices hemos tenido en Espa- ña como Catalina Bárcena, una actriz elegante, cultivada, menudita, de belle-
za indiscutible y de profundos ojos verdes, su arte cambió la anquilosada escena españo- la de los años 20 y su vida escandalizó a la moralista sociedad de ese momento.
Junto a Gregorio Martínez Sierra, su mentor, protector y amante, formaron una de las parejas teatrales más importantes y suge- rentes de nuestra reciente historia teatral, ambos son los creadores del proyecto más innovador, el “Teatro de Arte” y los renova- dores indiscutibles y decisivos del teatro en la España de principios del siglo XX.
Catalina de la Cotera nació en Cienfuegos (Cuba) en 1888, cuando aún era colonia española. Su familia, de origen cántabro, regresó a España con los primeros signos de la revolución. Con 18 años debutó profe- sionalmente en la Compañía María Guerre- ro-Fernando Díaz de Mendoza con la obra el genio alegre, de los Hermanos Álvarez quinte- ro, estrenada en el Teatro Odeón de Buenos Aires en 1906 y un año después en el Teatro Español de Madrid. La joven actriz no tardó
RAFAEL BARRADAS / CATALInA BÁRCEnA. BOCETO DE ILuSTRACIón PARA PROGRAMA MAnO DE LA CIA. CóMICO-DRAMÁTICA DE GREGORIO MARTínEZ SIERRA MuSEO nACIOnAL DEL TEATRO, ALMAGRO.
 en convertirse en la preferida de Doña María Guerrero que vislumbró desde un principio el nacimiento de una actriz de categoría poco común. La crítica y el mundillo teatral empe- zaron a hablar de su nuevo estilo de inter- pretación, más sencillo, natural e intimista, lejos de las grandes declamaciones a las que el público estaba acostumbrado en aquellos tiempos.
En 1909 se quedó encinta y tuvo que casar- se con el también actor Ricardo Vargas porque María Guerrero no quería noviazgos en su compañía, pero ni su matrimonio ni su reciente embarazo evitaron que Grego- rio viera en Catalina la musa y colaborado- ra ideal, la delicadeza en la forma y el rigor férreo en el trabajo, el matiz y la dulzura que él deseaba para su Teatro de Arte1.
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