Page 17 - El poder del pasado. 150 años de arqueología en España
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ra, que tenía otras connotaciones. Se buscaban y expo- nían estatuas clásicas, no tanto por su valor histórico (de hecho lo que se valoraba más no era la antigüedad de la pieza, ni siquiera su autenticidad, sino lo qué re- presentaba), como por motivos estéticos e ideológicos: las estatuas y otros objetos excepcionales por la alta ca- lidad de sus materiales y fabricación (vasos, joyas, ca- mafeos, etc.) eran símbolos de prestigio social e intelec- tual. Eran sobre todo papas, cardenales, reyes y nobles quienes podían permitirse coleccionar estas piezas, ra- ras por su escaso número y por tanto de gran valor, mientras que los eruditos y anticuarios debían confor- marse con las monedas, epígrafes, estatuillas o peque- ños útiles cotidianos, mucho más abundantes, como también señalaba Antonio Agustín. Y frecuentemente estos grandes coleccionistas se identificaban con los re- tratos que solían poseer de los hombres ilustres (viri illustres) de la Antigüedad, considerados modelos de virtudes cívicas y morales, haciéndose representar como ellos para transmitir una imagen de poder [fig. 1].
Por otra parte, el nacimiento del interés por las antigüedades no fue en principio, ni durante gran parte de la época moderna, estrictamente científico: el fin úl- timo de los estudios anticuarios era ayudar a la elabo- ración de una Historia nacional, y responde tanto a la admiración humanista por la Antigüedad clásica como a la idea de que era posible utilizar sus vestigios para defender ideas del presente. Así, Felipe II envió al cro- nista real Ambrosio de Morales a recorrer los reinos con el fin de encontrar documentos que, además de servir a la redacción de esta Historia, justificaran su política contraria a los intereses económicos y territo- riales de la nobleza y de la Iglesia. Morales terminó en 1574 la Coronica General de España empezada por Florián de Ocampo, cuya intención era mostrar una historia de la España antigua semejante en grandeza a la de Carlos V, pero el método era muy distinto. A los textos Morales incorporó materiales como inscripcio- nes y monedas, además de un novedoso e interesantí- simo apéndice a la Coronica dedicado a las antigüeda- des de las ciudades de España (Alcalá 1575), en el que indicaba cómo reconocer las « señales » de vestigios antiguos [fig. 4]. También fue seguramente el impulsor de una serie de proyectos relacionados con el conoci- miento de los restos materiales del pasado de España: la encuesta conocida como las Relaciones Topográficas de los Pueblos de España, que contemplaba preguntas concretas sobre la existencia de antigüedades en cada localidad; quizá también las Vistas de las principales ciudades de los reinos realizadas entre 1562 y 1571 por el pintor flamenco Anton van den Wyngaerde, quien in- cluyó dibujos de las ruinas y monumentos romanos de Tarragona, Sagunto ( entonces Murviedro ), Itálica («Sevilla la Vieja») y Mérida [fig. 2]; o la cartografía de los pueblos y lugares antiguos citados en las fuentes,
proyecto inconcluso que podemos poner en conexión con el mapa de la España antigua realizado por el car- tógrafo real Abraham Ortelius y publicado en 1586 como parte de su Theatrum Orbis Terrarum [fig. 3].
El desarrollo de la arqueología española desde el siglo XVI en adelante se caracteriza, como en otros paí- ses, por el interés de los gobernantes en reconstruir la historia de la nación desde el pasado más remoto y en elaborar un mapa del país que recogiera los pueblos y ciudades antiguas mencionados en las fuentes grecola- tinas, así como sus monumentos y restos arqueológi- cos. Este afán por localizar antiguas ciudades y estudiar sus restos fue especialmente notable en Andalucía, la Bética romana. Uno de los anticuarios más activos a fi- nales del siglo XVI y primeras décadas del XVII fue Ro- drigo Caro, quien recorrió incansable la región occiden- tal para hacer la autopsia de los monumentos, es decir, para dibujarlos y describirlos con fidelidad e insertarlos en el discurso histórico contrastándolos con los textos [fig. 4]. Con esta actitud, que seguía las directrices dadas por Ambrosio de Morales, consolidaba una de las nor- mas del anticuario: «quanto importa, que los ojos regis- tren lo que ha de escribir la pluma: porque la materia de la antigüedad [...] contiene en sí mucha dificultad», de- cía en el prólogo al libro III de su Antigüedad, y Princi- pado de la Ilustrissima Ciudad de Sevilla (Sevilla, 1634).
 Los orígenes de la arqueología moderna : el anticuarismo
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