Page 228 - El Capitán Trueno. Tras los pasos del héroe
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226 FERNANDO RODIL
que había sentado a mi lado, más joven que yo, empieza a contarme, y madre mía... Se había casado hacia poco y su padre le había comprado un taller de grabado y se hizo grabador –por cierto, que lo hacía muy bien, que allí estaban las portadas–, y casi llorando, a mí, a un desconocido, me cuenta: «Claro, daban todas las facilidades del mundo... No pagaban... ¿Ves todo eso de allí? Todo eso es mío. Lo he hecho yo. Es la ruina. Me he empeñado hasta las orejas esperando cobrar de ellos y ahora, ¿qué hago yo?». Era un chaval que entonces no tenía los treinta años y digo: «Madre mía...». Yo no conocía el ambiente este para nada. Se me pusieron los pelos de punta. Y cuando vi el plan, pues ya no seguí adelante. Cogí los originales que llevaba debajo del brazo y me volví a casa. Hice unas láminas, unas muestras más cuidadas, y las llevé a Gerplá, donde me recibió el señor D’Oc. Gerplá hacía El Coyote, y para las niñas, Florita. Y este se ve que estaba allí de director artístico. Me recibió, le enseñé las muestras que llevaba y se me quedó mirando... Sería el año 46 o el 47. Yo entonces tenía treinta y tres o treinta y cuatro años, pero ya tenía el pelo cano, todo blanco... Se me quedó mirando y dice: «Mire, ahora no le puedo atender. Pásese esta tarde si no tiene inconveniente por mi casa. ¿Usted no tiene otros medios de vida que esto?». Le dije que no. En su propia casa tenía la vivienda y el taller, en la plaza Florida, en la barriada de Gracia. Allí estaban dibujando él, Alejandro Blasco, otro que se llamaba Julián, no recuerdo el apellido, y otro dibujante más. Yo miraba lo que hacían y me entusiasmaba ver lo que hacía Alejandro Blasco, estaba haciendo una historieta del Oeste. D’Oc se portó como un padre. No he visto otro caso igual. Por lo general, la gente es... cada uno vive para sí y los demás que se apañen. Pero él no: el hombre, cuando le dije que no tenía otro medio de vida nada más que aquel, se echó las manos a la cabeza. Y estuvimos allí charlando un buen rato e hizo algo maravilloso: me expuso la situación de todo lo que es el mundo este del tebeo, las triquiñuelas como la que acababa de pasar yo y todo eso. Y después, me estuvo aconsejando sobre el dibujo, corrigiendo defectos y demás. Y al final hizo lo mejor. Dijo: «Mire, para evitar que le ocurra lo que le ha ocurrido con la Bergis, aquí le doy dos direcciones. Son dos editoriales modestas que pagan poco, pero pagan». Y así fui a ver a Ayné, de Toray, que me dijo lo mismo que Puerto: «Se ven buenos detalles, pero falta soltura». Me dio a dibujar unas páginas de cómico para un semanario que hacía. Se llamaba Chispa, me parece... Pero aquello no me daba lo suficiente, así que me fui a Grafidea. Y es lo que decía antes, que hay quien nace con una estrella y quien nace estrellado. Es que confluyó todo... Llego allí y tenían los guiones preparados para empezar una serie y no tenían dibujante (después comprendí por qué no tenían dibujante: porque no pagaban...). Y dice: «¿Usted se atreve?». «Yo soy novato, pero aquí tiene una muestra de lo que sé hacer. Y si a usted le parece bien yo me atrevo con todo. Lo necesito». Dice: «Hágame la portada del primer número y tráigamela a ver...». Le hice la portada, que es la del primer número, la vio y dijo: «Bueno, adelante», y empecé a dibujar el primer cuaderno de El Jinete Fantasma2.
R: ¿Le pagaron?
Sí. Me pagaron, poco, pero me pagaron. Hacía dos números al mes y me sacaba ochocientas pesetas al mes.
2 Estos acontecimientos debieron ocurrir en muy poco espacio de tiempo, pues el no 3 de El Jinete Fantasma está firmado como Ambrosio II-47.