Page 154 - El arte del poder
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Laprimera consideración que suscita la Thefirst question that arises
comparación entre un objeto y su
imagen en una pintura es discernir si esta última se corresponde o no con el natural. La percep- ción de la realidad que refleja la obra de un pintor es siempre subjetiva, porque incluso los más realistas pueden haber resal- tado u omitido detalles y elementos a su conveniencia. Influ- ye también la posición del objeto, el tratamiento de la luz y un sinfín de matices y condicionantes por parte del autor que ni siquiera la fotografía actual puede cubrir por completo. En el caso del retrato armado estas premisas son igualmente válidas, por no ser reflejos exactos de la realidad. Tampoco pueden ser sin embargo despreciados a priori como imágenes necesaria- mente inexactas y, por lo tanto, no fiables1. La confrontación entre armaduras y pinturas nos permite considerar que, con independencia de la mayor o menor precisión de la represen- tación, siempre es un ejercicio enriquecedor para el estudio de ambas obras de arte a pesar de las divergencias que podamos apreciar. Al margen de sus valores artísticos, la pintura puede ser considerada para el estudio de las armaduras como una valiosa fuente de información. Permite documentar, en el caso de las armaduras conservadas, posibles propietarios o elemen- tos y tratamientos decorativos perdidos, pero también mues- tra objetos y modelos no conservados en la actualidad. Por su parte, las armaduras aportan a la pintura nuevas lecturas sobre sus encargos o simbología, por lo que este trabajo se centra en el tratamiento de algunas de estas aportaciones mutuas funda- mentalmente a partir de los fondos de la Real Armería y de las
pinturas o retratos con los que se relacionan.
Un segundo aspecto a considerar en este ensayo son las cir-
cunstancias en las que se desarrolló la relación entre los pinto- res de corte y las armaduras de la Real Armería, entre las que podemos señalar la elección por parte de los monarcas de deter- minadas armaduras para sus retratos o pinturas, el destino de los mismos, la fortuna pictórica de algunas armaduras, la tras- cedencia de algunos retratos como modelos de obras posterio- res y los cambios conceptuales o de planteamiento que se pro- ducen en la relación entre las armaduras y los retratos entre los siglos XVI y XVIII. En este sentido, un aspecto aún no suficien-
when comparing an
object with its image in a painting is whether or not the latter is true to life. The
reality conveyed by a painter’s work is always subjective, as even the greatest realists may emphasize or omit details and elements at their convenience. This perception is also influenced by the position of the object, the artist’s handling of light, and a host of nuances and conditioning factors that not even modern photography can fully encompass. The same applies to portraits showing the sitter in armor, as they are not exact reflections of reality. However, nor can they be dismissed a priori as images that are necessarily inaccurate and therefore unreliable.1 Comparison between armors and paintings, irrespective of the degree of accuracy of the depiction, always proves to be an enriching contribution to the study of both, despite the differences we may find. Regardless of its artistic value, painting may be considered a valid source of information for studying armors. It documents possible owners and lost pieces or decorative features of surviving armor, but also enables us to analyze objects and models that are no longer extant. Conversely, armors can shed new light on the commissioning or symbolic significance of painting. The present essay examines some of these mutual contributions, dealing mainly with the holdings of the Royal Armory and the paintings or portraits with which they are connected.
A second aspect considered in this essay is the circumstances in which relationships developed between the court painters and the holdings of the current Royal Armory—particularly monarchs’ choices of certain suits of armor for their portraits or paintings, the purpose of these pictures, the pictorial fortunes of certain armors, the importance of certain portraits as models for later works, and the conceptual changes witnessed in the relationship between armors and portraits between the sixteenth and eighteenth centuries. An aspect that has yet to be clarified owing to the dearth of existing information is the circumstances surrounding painters’ access to the collection.

























































































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