Page 70 - Barbieri. Música, fuego y diamantes
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BARBIERI. MÚSICA, FUEGO Y DIAMANTES
Fotografía de Barbieri, de Jean Laurent, 1863. Museo de Historia de Madrid (IN1991/18/1/696).
Como es propio de los grandes compositores decimo- nónicos, el compositor de Los diamantes de la corona tenía una sólida cultura y nos ha dejado numerosos es- critos, aunque ninguno de ellos responde al modelo de preceptiva o poética musical. Sin embargo, no es difícil rastrear algunos de sus presupuestos compositivos y es- téticos en sus textos.
En una carta de 1864 en respuesta a su colega Ra- fael Hernando que publica Ducázcal, un compositor ya maduro –con cuarenta y un años–, que ha estrenado obras de referencia como Jugar con fuego o Pan y toros (1864), además de otras muy reconocidas por sus con- temporáneos como Gloria y peluca, Un tesoro escondido, El Marqués de Caravaca, Mis dos mujeres, etc., resume así su ideario compositivo: «melodías nuevas, fáciles e inteligibles, armonizadas con la más elegante sencillez, cosa extremadamente difícil a todo el que no sienta arder la llama de una verdadera inspiración».
Sobre el difícil equilibrio entre poesía y música, en una carta que dirige a Chapí desde las páginas de El Imparcial tras el estreno de su ópera Roger de Flor en el Teatro Real en 1878, afirma que «lo pri- mero y principal en una ópera es la poesía, a ésta debe subordinarse todo». Por ello, es imprescindible un buen texto teatral que sea capaz de hacer sonar música «en todos los tonos, desde la humilde can- ción popular hasta el elevado himno religioso», para
«poner en juego la mayor parte de las pasiones humanas, desde el tímido amor de la sencilla aldeana, hasta la ciega ambición del poderoso y aún hasta el cri- men del malvado, de donde precisamente resulta la variedad de colorido, que es el atractivo mayor que para el público tiene la zarzuela». Para todo ello, el com- positor deberá hacer suyas las palabras del poeta, haciendo «cantar a cada personaje con la verdad y el sentimiento que le sean propios», para lo que son imprescindibles, en palabras de Barbieri, «las dos condiciones indispensables a toda obra buena del ingenio humano que son inspiración y talento».
Además, «el mérito del compositor consiste en traducir y colocar en música no solo el pensamiento del poeta sino también en hallar el mejor ritmo musical que corresponda al ritmo poético de cada estrofa, de cada verso y hasta de cada palabra, según la expresión o el acento que reclame la obra, en fin que la poesía brille y campee con melodía propia y agradable, sin alterar un átomo su ritmo prosódico ni su acento expresivo». Para él, los modelos más perfectos para desentrañar los secretos de la prosodia lírica son las óperas de Bellini Norma, Straniera, Sonnambula y Puritani, sin duda estudiadas por él con su maestro Carnicer.