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marca Apple, por ejemplo, acompañan la unidad central de procesamiento de otro coprocesador, el M7 en el iPhone 5, destinado a recopilar datos de los sensores. Un móvil de principios del siglo xxi cuenta con más de veinte sensores diferen- tes. Por solo citar algunos de los más relevantes, cualquier inocente móvil que tenemos en nues- tro poder tiene un acelerómetro que permite conocer la posición que tiene el propio aparato en el espacio y sabe si el teléfono ha sido despla- zado y a qué velocidad en determinadas direc- ciones; el giroscopio que se encarga de medir
el giro del dispositivo en diagonal y que, junto al acelerómetro, detecta los cambios en la posición del dispositivo en seis ejes, lo que permite que al- gunos lo conviertan casi en un simulador de una espada de esgrima. Por supuesto cualquier móvil tiene un sensor que detecta la intensidad de la luz ambiente y ajusta el brillo de la pantalla de forma automática. Los teléfonos más avanzados pueden incluso reconocer los diferentes colores de las luces. Pero también tienen unos sensores de proximidad que miden la distancia que existe entre ellos y otros objetos; fundamentalmente son los que hacen que se apague la pantalla cuando usted acerca el terminal a la oreja para hablar con él por teléfono, que, si me permite la ironía, también es uno de los usos principales que puede tener hoy un móvil. Los teléfonos también incorporan sensores de campos magnéticos que son los que le permiten funcionar como brújula y que apoyan la función de orientación del propio teléfono y del usuario. Algunos aparatos también pueden medir la presión atmosférica con un barómetro, lo que hace que nuestro GPS sea más preciso al ayudarle a determinar la altura sobre el nivel del mar. También pueden llevar termómetro para controlar la temperatura del propio aparato y evitar daños en la batería y el resto de los componentes. Desde hace años tam- bién incorporan un podómetro, que es el sensor que nos permite controlar el número de pasos que damos en determinados periodos de tiempo,
y también pueden tener un sensor de ritmo cardiaco para medir las pulsaciones de nuestro corazón. Y si nuestro móvil no los tiene podemos completarlo con una pulsera que, por supuesto,
conectada al teléfono completa a este con más sensores. Por descontado los más avanzados tienen también un sensor de huellas dactilares y la cámara permite detectar la retina e incluso rostros, configurando estos analizadores un sofisticado sistema de seguridad. Pero la lista es mucho más larga y podemos cargar encima, incluso sin saberlo, con sensores de infrarrojos, de luz ultravioleta o de humedad ambiente.
Se está forjando una legión de creadores, de modo que el número de fotógrafos es casi igual al de usuarios de teléfonos de datos: unos cinco mil millones a finales de 2017.
Y si, más allá de la conexión de datos, hay un sensor importante e imprescindible es la cá- mara que llevan hoy todos los móviles. Lo que ha provocado una crisis de un sector completo, la fotografía, ha desencadenado en cambio una carrera en la óptica y el software de este sensor que ha hibridado con los móviles formando hoy parte indisociable de los mismos. ¿Qué telé- fono se vendería sin una buena cámara? Oído
y vista han conseguido en un solo aparato sus amplificadores.
Una cámara tan sencilla, transportable, siempre encima, está forjando una legión de creadores, de modo que el número de fotógrafos es casi igual al de usuarios de teléfonos de datos:
unos cinco mil millones a finales de 2017. Cada segundo miles de personas hacen una foto que suben a las redes sociales con el propósito de datar algo, dejar constancia o por puro placer
de compartir. Las fotos, a medida que la tecno- logía lo permite, adoptan nuevas formas y a las autofotos (selfies) les suceden las bothies (both y selfies) en las que, aprovechando que los teléfo- nos tienen una cámara delantera y otra trasera, la gente puede hacerse este tipo de fotos en las que vemos a la vez al autor y el paisaje que está contemplando. La cultura popular actual se nutre de esto, no ya de autores expertos en pintura o fotografía: todos somos autores y tenemos ins- trumentos que, tan solo hace diez años, hubieran sido el sueño de cualquier profesional.
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Tendencias digitales para la cultura






















































































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