La muestra permite a los visitantes acercarse a este género, uno de los mejor representados en la colección del Museo, que siguió una tradición con un carácter totalmente singular, alejada de lo francés, pero que conoció, en el siglo XIX, un acercamiento a la obra de Ingres, especialmente a través de Federico de Madrazo, el más "ingresco" de los pintores españoles y del cual se presentan dos obras.
Desde un planteamiento cronológico, se inicia con uno de los más intensos y originales retratistas del siglo XVI, El Greco. Continúa con varios ejemplos del retrato cortesano en tiempos de los primeros Austrias. El momento de esplendor del género está representado por el retrato de María de Austria, reina de Hungría, de Diego Velázquez, síntesis de la densidad humana y ejemplo del gusto artístico de la Corte de Felipe IV. También destaca la presencia de uno de los retratos más inquietantes de la colección del Museo del Prado, el de Eugenia Martínez Vallejo, de Carreño, exponente máximo de los retratos de hombres de placer que estuvieron bajo la protección de Carlos II y que inmortalizaron sus pintores de cámara más influyentes.
El cambio de siglo marcó el establecimiento de la dinastía Borbón en el trono de España. Con ellos se implantaron, también en el género del retrato, nuevas costumbres y un nuevo gusto en el que se recibió la actividad de artistas de reputación europea, entre los que destaca el bohemio Antón Rafael Mengs, que marcó las nuevas pautas del clasicismo académico. Pero, el mayor ímpetu artístico de todo el siglo XVIII está representado en la muestra por el retrato del General Ricardos, obra de Goya que expresa lo más esencial de la gestualidad de la Ilustración y al mismo tiempo, refleja la profundidad humana característica de sus mejores retratos. Vicente López, por su parte, fue el retratista más valorado en la Corte absolutista de Fernando VII, por sus obras complacientes y halagadoras pero de gran contundencia plástica.
La pareja de retratos del matrimonio de Jaime Girona y de su esposa, Saturnina Canaleta, ambos inmortalizados por Federico de Madrazo, recogen lo más genuino de la tradición española del retrato para incorporarlo a las corrientes internacionales del gusto romántico. Además, en esta pareja de obras puede verse con clara nitidez el peso de los modelos ejercido por Ingres en España, lo que encierra un particular interés pra la sede en que tiene lugar la exposición.
La exposición se cierra con una imagen icónica de la colección de pintura española, el retrato de María Figueroa vestida de Menina, de Joaquín Sorolla, reflexión consciente sobre el pasado pictórico español y sobre la estimación de Velázquez como maestro ideal de la noción de realistmo, en los albores del siglo XX, a través de uno de los iconos más consolidos del arte español.