‘Grammaticus nomen est professionis.’
En julio de 2022 se cumplen quinientos años de la muerte de Elio Antonio de Nebrija (c. 1444-1522), quien quiso pasar a la posteridad con el sobrenombre de ‘Gramático’. Así se lo hace saber a la reina Isabel la Católica en la carta en que le dedica la tercera edición de sus Introductiones Latinae (Salamanca, 1495): “Vt Aelius sit praenomen; Antonius nomen, Nebrissesis cognomen, grammaticus uero agnomen ex professione sumptum”. Precisamente, fueron estas Introductiones, novedoso manual para la enseñanza del latín, las que lo hicieron famoso dentro y fuera de España. Junto a esta obra están sus diccionarios bilingües del latín al castellano y del castellano al latín, parte de un proyecto más ambicioso con el que Nebrija pretendía elucidar el léxico latino de los diferentes campos del saber.
La exposición, en la que se puede ver más de un centenar de obras procedentes de las colecciones de la Biblioteca Nacional, junto con otras prestadas por una decena de instituciones españolas, sigue los pasos de Nebrija e invita a recorrer la España de la época y sus centros del saber: Lebrija, su lugar de nacimiento; Salamanca, donde cursó su Bachillerato en Artes y en cuya universidad desarrolló, con el tiempo, la mayor parte de su carrera docente; Bolonia, ciudad que propició su encuentro con Italia y su Humanismo; Coca (Segovia) o Villanueva de la Serena y las Brozas en Extremadura, enclaves en los que realizó su labor bajo el amparo de generosos mecenas; o Alcalá de Henares, su último destino, en el que contó siempre con el apoyo del cardenal Cisneros y su Universidad.
Orgulloso, inteligente, audaz, a Nebrija nunca le faltaron las ganas de aprender ni la fuerza para el estudio. Tampoco le faltaron detractores, pues jamás se mordió la lengua. Cuando le presentó a la reina Isabel un adelanto de la que luego sería su Gramática de la lengua castellana (Salamanca, 1492), la soberana se sorprendió y no entendió la utilidad de un tratado que enseña las reglas de una lengua que se aprende de manera natural. Pero el docto profesor supo defender la novedad y oportunidad de su ocurrencia, pues las lenguas, incluso las naturales, necesitan gramáticas descriptivas y normativas para que no anden desbocadas. A esta ventaja se añade que la comprensión de los principios gramaticales del castellano puede ayudar a entender los de otras lenguas, el latín (al que dirigía sus esfuerzos) entre ellas. Las paradojas del destino han hecho que esa gramática del castellano sea hoy su obra más conocida. Nebrija, no obstante, merece ser recordado por otras muchas razones.
Al descubrimiento de su perfil intelectual se dedica esta exposición, que no deja de lado al hombre que hay detrás de tantas páginas escritas e impresas. Aquel profesor de gramática que renunció a la vida eclesiástica y optó por el matrimonio se sintió muy orgulloso del camino escogido y, a través de sus prólogos, cartas dedicatorias y poemas, dio de sí una imagen que lo acerca a nosotros. Por haber vivido en una época tan dinámica como la España del siglo XV y comienzos del XVI, su biografía se entrecruza con la de grandes personajes del momento, que lo son también de la historia de España y Occidente.
En la larga travesía que llega hasta el siglo XIX, el manual de gramática latina de Nebrija fue respetado, glosado, reformado e incluso acortado, según el lugar y las circunstancias. Esa pervivencia se siente, por ejemplo, en las primeras gramáticas de las lenguas de América compuestas por los predicadores españoles. Estos, que habían aprendido latín gracias al Antonio, aplicaron el modelo, con sus consideraciones teóricas y sus traducciones bilingües, en su descripción de esas lenguas que, como dijo uno de ellos, eran tan extrañas, nuevas, incógnitas y peregrinas.