Existen una serie de coincidencias vitales que marcan los años de aprendizaje de los dos. Esteban Vicente nace en 1903 y José Guerrero en 1914, por lo que, hasta una fecha central en las dos trayectorias, el primero se anticipó a los movimientos del segundo. Pero compartieron los mismos escenarios. Los dos estudiarían en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Tras su formación académica, los dos encaminaron sus pasos a París, hervidero de la vanguardia artística europea. Los dos se sintieron especialmente atraídos por Matisse, pero también por el cubismo y la Escuela de París. Gracias a sus matrimonios con sendas mujeres norteamericanas, los dos se trasladaron a los Estados Unidos. Esteban Vicente en 1936, José Guerrero en 1949. Una guerra medió entre ambas partidas. Los dos habían dado comienzo a su carrera en el marco de una figuración renovada que paulatinamente iba diluyendo la mímesis y acercándose a la abstracción.
El punto de inflexión en ambos casos, el año que señalaría el cambio de lenguaje artístico, es 1950. Para Esteban Vicente, el acontecimiento más importante de su vida sería la exposición Talent 1950, para la que fue seleccionado por Meyer Shapiro y Clement Greenberg. El mismo año, José Guerrero se instaló en Greenwich Village, donde estaba establecida una importante colonia de artistas, y comenzó a tratar a agentes que pronto lo llevaron a la galerista Betty Parsons. Se relacionaron, cada uno con sus filias y sus fobias, con De Kooning, Rothko, Kline, Motherwell, Guston, Newmann, Pollock, etc., y desde entonces se mantuvieron fieles a los dictados de la primera generación del Expresionismo Abstracto Americano.
A pesar de las diferencias estilísticas, ambos tuvieron una preocupación común por el color. En el caso de Guerrero, muy pronto, como elemento estructurador de la composición; en el de Vicente, más tarde: su primera preocupación fue por la estructura del cuadro, pero a finales de 1950, comienza a investigar sobre el modo de atrapar o fijar la luz, y lo consigue gracias al color, que además impregna la obra de emoción.
La selección de obras de la exposición con la que se mostrarán sus dos carreras paralelas se centra en tres momentos señalados de un recorrido compartido:
-Los inicios pictóricos en clave figurativa, con una selección de sus paisajes respectivos, que fue el género que más desarrollaron: escenas urbanas y rurales en las que puede atisbarse una progresiva inclinación hacia la abstracción.
-Los primeros años 50, con la inmersión plena, decidida y sin vuelta atrás en la abstracción, para la cual fue determinante en ambos casos la exploración plástica llevada a cabo en papel: para Vicente el collage, para Guerrero el grabado, fueron laboratorios experimentales con los que avanzaron hasta sentirse seguros en esta nueva senda.
-Los años 70, a partir de los que fueron destilando una voz característicamente propia, que alcanzó en estos años su plena madurez, llevando a diferentes modos de asumir la pintura de los campos de color. José Guerrero concedía gran importancia al espacio, sus límites, las fronteras entre planos, las zonas en las que los colores se interrelacionan; lo que le interesa, en palabras de Juan Manuel Bonet, “es que el color fluya, que la pintura respire, que el cuadro sea vibrante, luminoso, cargado de energía”. Por su parte, Vicente en estos años ya ha levantado un mundo propio organizado a partir de formas que flotan en el espacio y dotan de sentido a la obra, y en el que trabaja obsesivamente la gradación y saturación del color y, a su través, la luz.
Con motivo de la muestra se edita un catálogo que cuenta con un texto principal de Inés Vallejo, que aborda la exposición desde un criterio académico, histórico y científico, a partir de la investigación que llevó a cabo para su tesis doctoral (Esteban Vicente y José Guerrero: dos pintores españoles en Nueva York, UCM, 2010). Además, la publicación contará con tres textos introductorios de cada uno de los bloques en los que se divide la muestra, realizados por tres importantes historiadores y críticos de este país: Juan Manuel Bonet; Guillermo Solana y José María Parreño.