Más de un centenar de piezas, entre pinturas, dibujos, grabados y planchas originales muestran en el Museo de Arte de Tel Aviv la fascinación que sentía Pablo Picasso por el mundo de los toros. El Gobierno español recuerda así el vigésimo quinto aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España e Israel.
Ya de niño Pablo Ruiz Picasso solía asistir a las corridas de toros, acompañando a su padre, a las plazas de Málaga y de La Coruña. La fiesta aparece en sus dibujos más tempranos, y es significativo que su primera pintura, fechada en 1892, represente a un picador. Desde entonces se mostró atraído por todos los aspectos vinculados de una forma u otra al mundo taurino y fascinado por la dialéctica infinita de la corrida: el duelo del toro con el torero, la lucha del toro contra el caballo, los juegos de luz y sombra, el cara a cara de la vida contra la muerte.
Los motivos del torero, del toro, del picador y el caballo son frecuentes a lo largo de toda su vida, pero también el toro mitológico y el minotauro están presentes en pinturas, pasteles, dibujos y cerámicas. Pero donde el tema de la tauromaquia tiene especial relevancia, sobre todo a partir de la década de 1930, es en los trabajos gráficos. En su madurez, cuando se había instalado ya en el midi francés, la atracción que sentía por la fiesta de los toros y su afecto personal por algunos toreros le llevaron a relacionarse con toda clase de profesionales y aficionados y a frecuentar asiduamente las plazas de Arles, Fréjus, Nîmes y Vallauris.
En 1957 Picasso comienza a trabajar en la ilustración del libro Tauromaquia o arte de torear, de José Delgado, alias Pepe Illo, para la colección de bibliófilo Ediciones La Cometa. Realiza 26 aguatintas que representan diferentes momentos de la corrida, y, siguiendo la ortodoxia del ritual, consigue registrar con vivacidad y objetividad todos los momentos del combate.