Page 56 - El rostro de las letras
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dor Rueda. Años después, Eugenio Montero Ríos solía reunir a un grupo de escritores en los salones del Congreso y del Senado, tal como nos muestra una excelente fotografía tomada por Amador. Ya en las postrimerías del siglo, se habló mucho de los Salones de la princesa Ratazzi, evocada años después por Pedro de Répide, entonces una “breve personilla” al que la princesa solía coger en brazos. “La princesa Ratazzi –escribió el célebre cronista– era escritora y publicaba una revista literaria de temas españoles, que era editada en francés. Tenía uno de los salones literarios madrileños y sus contertulios eran Cas- telar, Cánovas, Martos, Zorrilla, Campoamor, Echegaray, Valera”. La Restauración puso a cada uno en su sitio, tasó lealtades y traiciones, premió a unos y escarmentó a otros. Los amigos de Alfonso XII, los que le habían aupado al caballo que le trajo en triunfo hasta Madrid, abrieron de par en par sus salones para reclamar los réditos de la victoria. Los palacios de la marquesa de Miraflores, los Santa Cruz, Heredia Spínola y la Casa de Alba, brillaron como nunca, y al abrigo de sus plurales opulencias trataban de cobijarse los fotógrafos de moda, como los hermanos Debas y el diplomático danés Christian Franzen. De Franzen es también la excelente imagen de Pérez Galdós leyendo las galeradas de su discurso de ingreso en la Academia española en el salón del doctor Tolosa Latour, miembro distinguido de la burguesía culta de la época. La fotografía también nos ha dejado el testimonio
de otros saraos aristocráticos, en los que, como principal distracción, se escenificaban los célebres tableaux vivants importados de Francia, a los que tan aficionados eran en las postrimerías del ochocientos los fotógrafos de sociedad, que encontraron ocasión propicia para per- petrar sus pretenciosas composiciones escenográficas, que entonces constituían un verdadero desiderátum artístico para los miembros de la primera oleada pictorialista.
De las tertulias de sociedad se fue pasando, imperceptiblemente, a los salones de los casinos, ateneos, sociedades arqueológicas, liceos y círculos regionales, que vinieron a romper las inercias clasistas del siglo, aunque sus miembros pronto comenzaron a sentirse parte importante de una nueva aristocracia intelectual y social. El más famoso club de esta naturaleza fue el Ateneo de Madrid, fundado en 1835 en la calle de la Montera por personajes de tan diversa procedencia como Espronceda, Alcalá Galiano, Martínez de la Rosa y el duque de Rivas, que fue su primer presidente. Huésped fijo
de aquel remanso cultural de la calle Montera, don Benito Pérez
El Ateneo de Madrid se residenció en la calle de la Montera, antes de su definitiva ubicación en la calle del Prado. Fotografía de Juan COM- BA. Hacia 1890 (Archivo Monasor)
TERTULIAS Y CAFÉS
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