Page 277 - El rostro de las letras

260 LA MÁSCARA DE LAS LETRAS
CASASOLA. Blasco Ibáñez con el presidente mexicano Venustiano Carranza, en el castillo de Chapultepec. México, D.F., 1920. (Archivo Monasor)
te del escritor de cuerpo presente, que tomó Campúa “en exclusiva mundial”. Pero la apoteosis de Blasco Ibáñez se produjo cuando
ya no estaba entre los vivos, durante el espectacular sepelio por las calles de su ciudad, tras el traslado en barco de su cadáver desde Menton hasta el puerto de Valencia. De aquellos fastos, tan excesivos como el propio escritor, fueron testigos privilegiados los fotógrafos. No menos de una veintena de reporteros registraron la llegada de su conspicuo cadáver y el paso de la comitiva fúnebre encabezada por dos presidentes, Francesç Macià y Alcalá Zamora, con toda la corte de diputados republicanos, regidores y curiales de todas las proceden- cias, que tuvieron que bregar lo suyo para cargar con el desmesurado féretro de caoba y oro realizado para la ocasión por el mismísimo Mariano Benlliure.
Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1852-Madrid, 1934) es
el más acabado ejemplo de científico metido a escritor y a fotógrafo. Conocida es su afición por la fotografía, a la que le llevó su insaciable curiosidad de investigador. Sus trabajos sobre el método de Lippman los reunió en su conocido libro, La fotografía de los colores (1912), el más importante análisis divulgativo editado en España sobre la técnica fotográfica. Pero su relación con la fotografía procede de los años postreros del reinado de Isabel II, como nos ha dejado dicho en
Blasco Ibañez Blasco Ibáñez es fuerte, energico, sencillo como un buen árbol; lleva como la esencia de su tierra y en su ros- tro el reflejo de un atávico rayo morisco. Es el hombre natural de su país de flores y fierezas, de can- tos y bizarrías, y su alma sincera y sana va por la vida con una li- bertad aquilina.
RUBÉN DARÍO