Page 176 - El rostro de las letras
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LA APOTEOSIS DE LOS CAFÉS
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 el Colón, que sorprendía por su lujo, se reunía de siete a nueve de la tarde la Peña de los floralistas, comandados por Francisco Mateu y Narcís Oller y el maestro Amadeo Vives. Poco después, las urgencias de la Exposición llevaron a crear la llamada Pajarera, en el centro de
la Plaza de Cataluña. “Los cafés –escribió Pla– eran locales de solaz. Al escasear los espectáculos de tarde, los cafés cobraban una vida ruidosa. Es natural, pues, que la gente viviera en los cafés. Casi todo lo que puede ocurrir en público ocurría entonces en los cafés, y lo que allí no ocurría no existía”. La ruta de las tertulias solía iniciarse en la redacción de La Publicidad, donde uno podía encontrarse a Alejandro Lerroux, Carlos Costa, Manolo Planas y los hermanos Corominas. Cuando se salía del periódico se entraba en el café Suizo, desde el que se pasaba al Café de París y al Continental, a los que acudían anticuarios, literatos y bohemios de todas las escuderías, capitaneados por Narcís Oller, Mateu y el inevitable Pompeu Gener, que entonces vivía en la Fonda de Cataluña, en una pobreza extrema. Del Continental podía uno irse a casa a almorzar, para asistir luego a la Peña del Ateneo, que se iba renovando hasta las seis. Desde ahí se retornaba al Continental para la charla de la tarde, haciendo tiem-
ANÓNIMO. Tertulia de desterrados españoles en el café de la Rotonde, en Montparnasse, París. De izquierda a derecha, Mariano Alarcón, el escultor Dunyach, el periodista Carlos Esplá, Blasco Ibáñez, Unamuno, Corpus Barga, el doctor Torra, Francisco Madrid, Eduardo Ortega y Gasset, Julián Gorkin, García Faria, Sánchez Torija y, en primer término, el doctor Joaquín de Luna. 1924 (Colección Díaz Prósper)






























































































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