Page 133 - Perú indígena y virreinal
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las artes clásicas [500 a. c.-500 d. c.] CRISTINA VIDAL LORENZO
El milenio que sucedió al llamado Horizonte Antiguo, dominado por el estilo chavín, es el que convencionalmente se conoce como el de las artes clásicas, es decir, aquel que estuvo protagonizado por culturas excepcio- nales desde el punto de vista artístico, que se extendieron por buena par- te de la región andina, desde la Costa norte hasta la cuenca del Titicaca.
Constituye éste un dilatado período de tiempo en el que la comunidad cultural de los Andes se fragmentó en un mosaico de pujantes manifesta- ciones regionales. Éstas evolucionaron hacia estilos artísticos distintivos que, sin romper totalmente con la tradición anterior, introdujeron vistosas innovaciones en el campo de las artes, al tiempo que desecharon ciertos convencionalismos del período precedente, imponiendo nuevos tipos ico- nográficos y otros vistosos diseños.
Algunas de estas culturas hunden sus raíces en el período anterior, como la de Paracas, mientras que otras, como la mochica, florecieron algo más tarde, cuando la autoridad político-religiosa de Chavín se había derrumbado por completo.
En el campo del arte, la cultura mochica destacó principalmente en la cerámica, la metalurgia y la pintura mural, estando ésta íntimamente ligada a una arquitectura monumental diseminada en los diferentes cen- tros que se extienden en el litoral septentrional, desde el valle de Lam- bayeque hasta la cuenca del río Nepeña, si bien el área de influencia mochica abarcó un territorio más amplio, de aproximadamente unos 550 kilómetros de norte a sur.
A diferencia del estilo chavín, los artistas mochicas introdujeron secuencias narrativas en sus pinturas (sobre todo las plasmadas en cerá- mica), gracias a las cuales se han podido reconstruir, al menos en parte, algunos aspectos relevantes de su universo mitológico, así como ciertos acontecimientos de carácter ceremonial. Destacan también las cerámicas escultóricas, es decir, aquellas que los maestros alfareros convirtieron en auténticas maquetas arquitectónicas, en expresivos retratos de sus seño- res principales o en otras formas relacionadas con la naturaleza: peces pro- pios del litoral peruano, como la raya, animales astados como el venado, así como felinos, aves, serpientes y otras caprichosas formas del mundo vegetal, como los cactus (muy utilizados para fines rituales), fueron algu- nos de sus temas preferidos.
En orfebrería fueron capaces de combinar con gran virtuosismo las téc- nicas metalúrgicas con la del engastado de piedras preciosas, creando joyas de diseños sofisticados (narigueras, orejeras, pectorales) y otras ori- ginales piezas cuyo uso estuvo exclusivamente reservado para la elite
(coronas, cetros-sonajas, silbatos), a las que habría que añadir los delica- dos collares de cuentas ejecutados con otros materiales, tales como el cris- tal de cuarzo y la concha.
Algo más al norte, en la región de Piura, se encontraron tumbas adscri- tas a la llamada cultura vicús, de las que proceden ajuares funerarios muy ricos en piezas de metal, delatores del gran dominio que alcanzó este pue- blo en las artes metalúrgicas. Además de máscaras, joyas y otros orna- mentos que se aplicaban sobre los tejidos, en su repertorio metálico halla- mos recipientes, cuchillos, cinceles, utensilios de labranza, así como armas de guerra y otros instrumentos de poder.
En el entorno arenoso de la península de Paracas, dominado por un cli- ma seco y desértico, florecieron las dos culturas más importantes de la Cos- ta sur: paracas y nasca. La primera, como decíamos, es la más antigua, siendo sus períodos más significativos los conocidos como fase Cavernas y fase Necrópolis, ambos alusivos a sus costumbres funerarias. Debido a la aridez del suelo y a la práctica ausencia de precipitaciones en esta área, los delicados tejidos que envolvían los cuerpos depositados en las tumbas de pozo de la fase Cavernas y los que cubrían a los individuos momificados de la fase Necrópolis se han hallado, en su mayoría, en excelente estado de conservación. Los tejedores de Paracas elaboraron todo tipo de prendas (mantos, esclavinas, uncus o camisas, tapices), generalmente ornamenta- das con diseños antropomorfos y geométricos, y bordados o tejidos con hilos de colores, los cuales supieron combinar de forma magistral.
Colores similares son los que aplicaron a gran parte de su produc- ción alfarera, sobre cuyas superficies bien pulidas se representaron seres sobrenaturales policromados, preámbulo de las exquisitas cerá- micas nasca.
La cultura nasca extendió su dominio por los valles de los ríos Chin- cha, Pisco, Ica, Nasca y Acari, continuando la misma tradición anterior pero introduciendo importantes novedades en el ámbito artístico. Muy conocidos por sus famosos geoglifos (figuras de tamaño gigante traza- das en la desértica Pampa del Ingenio), destacaron asimismo por su pro- lífica producción cerámica, que incluye desde conmovedoras representa- ciones de seres humanos, generalmente tatuados, hasta complejísimos seres míticos zooantropomorfos, figuras abstractas geometrizadas y variadas especies marinas, entre ellas la inquietante orca o ballena ase- sina con cabezas trofeo en las aletas y decoración de peces en el cuerpo.
En la región sureña del lago Titicaca, y a más de 3.800 metros de altu- ra, se desarrolló la cultura de Tiwanaku. Al igual que los de Chavín,
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