Page 88 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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es el torbellino donde uno quisiera estar siempre” (ibídem). En efecto, el 7 de noviembre de 1918, el escritor Azaña firmó en la revista España, junto a los intelectuales más reputados, un manifiesto antigermanófilo, fundacional de la Unión Democrática Española, que pretendía la democra- tización de nuestro país para integrarlo en la Sociedad de Naciones, al mismo tiempo que participaba activamente en la política del Partido Re- formista. Pero las elecciones del 24 de febrero de 1918 dieron el triunfo a los republicanos y socialistas, pese a lo cual, y aprovechando la victoria aliada y las suspicacias que despertaban en la monarquía los partidos de izquierda, Azaña presentó, a finales de ese año, un plan de reformas milita- res, fruto del conocimiento adquirido estudiando la política francesa, que luego llevaría a cabo en 1931, con la intención de que su partido ocupara el poder. A pesar de que, como sugería Araquistáin, esa estrategia hubiera reforzado la monarquía, actualizándola, la propuesta no fue aceptada y Azaña, decepcionado, marcha de nuevo a París para tomar, desde enero de 1919 hasta abril de 1920, “una cura de silencio en medio de tanto es- truendo”, términos que emplea en la carta a José María Vicario del 24 de octubre de 1919 (I, 856).
Sin embargo, aparte de pasear o ir a la ópera, Azaña realiza algunas traduc- ciones y escribe artículos para El Fígaro y El Imparcial, en los que, pese a la clamorosa victoria, refleja las consecuencias de la guerra en Francia. Su vi- sión difiere de la de sus viajes anteriores:
No podemos ahora contemplar a Francia con los mismos ojos de estu- diante con que la veíamos años hace [...] tampoco podemos ver a Francia lo mismo que en la guerra, cuando lo urgente y lo justo era que se salvara (I, 612).
Seguidamente, anota, como una advertencia para el futuro, lo que es im- portante: “la crisis provocada por la guerra y los síntomas que anuncian el porvenir” (ibídem).
Azaña constata de primera mano que “la paz no es alegre” y que la guerra no es un tónico moral, restaurador de las gastadas energías de Europa, sino “un mal absoluto”, asevera el 17 de diciembre de 1919 en El Impar- cial (I, 611), y comprueba el auge del sentimiento nacionalista, puesto que, después de la “locura del martirio”, los franceses piensan que “los pueblos que no se abrasaron como ellos en aquel fuego depurador [...] se han quedado muy atrás [...] en el camino de la perfección” (I, 637); in- cluso en Verdún observa el nacimiento de la xenofobia en las labores de reconstrucción de la ciudad, donde “el extranjero ha vuelto a ser en todas partes un enemigo” (ibídem). Además, atento a la repercusión del movi- miento de las multitudes desde la Revolución francesa, como estudió en su tesis doctoral, advierte que “los trabajadores manuales cuentan con su masa, que es ya una fuerza, con la organización, que la centuplica, y con
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