Page 75 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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hace mención a una aportación que hizo a la propia historia de la Casa, con una novedosa interpretación de los movimientos políticos y literarios que había cobijado la casi centenaria institución a lo largo del siglo xix y parte del xx, hasta llegar a su propia generación, la de los escritores novecentistas. La hizo en forma de conferencia inaugural del curso 1930-1931, y, como es habitual en las incursiones históricas de Azaña, se aprecia un gran domi- nio del terreno que pisa13.
De este mandato le quedaba el mal sabor de boca de los nuevos alborota- dores, algunos de ellos resentidos con el Gobierno de la República, que no apreciaba sus pretendidas dotes, y que no les había hecho gobernadores o embajadores. De ello dejará Azaña nota en varias ocasiones; y ahora tam- bién los menciona: “El Ateneo tiene un prestigio que es ya muy superior a su utilidad, y había que buscar el modo de que volviera a ser útil, y cesara de cultivar la histeria, la irresponsabilidad, la falsa preparación y el remedo del parlamentarismo”. En la misma entrada, más adelante vuelve a la carga:
A muchos socios les ilusionaba tener en las juntas generales al jefe del Gobierno para insolentarse con él. Otros querían promover cuestiones políticas, pensando crearme embarazos como ministro. Mi posición allí era muy fuerte, y me hubiera impuesto, si el asunto hubiera con- tinuado interesándome; pero tenía otras cosas de más enjundia en que pensar14.
Al hacer referencia a la leyenda tejida en la prensa de que Azaña se había formado en la Docta Casa, el presidente lo desmiente y aprovecha para remontarse a los tiempos en los que fue secretario para reconocer lo que aprendió en el Ateneo:
Disparate. El Ateneo es incapaz de “formar” a nadie, pero sí de defor- mar y destruir toda disciplina mental. Lo que realmente aprendí yo en el Ateneo, por el forzoso ejercicio, fue la polémica, cuando en 1912 [sic] me eligieron secretario. Yo no había pronunciado nunca hasta entonces ningún discurso, y en la tertulia de las “fuerzas vivas”, compuesta de señoritos divagadores y aficionados, nos burlábamos, por reacción con- tra los pedantes ateneístas, de sus oradores. Ya secretario, me vi desde el día siguiente en la necesidad de defender en las juntas generales la ges- tión de la directiva, y entonces había pendientes en el Ateneo cuestiones de régimen interior (la gestión de Moret) que apasionaban mucho. Me encontré con facilidad para hablar, y llamaba la atención que lo hiciese con cierta elegancia y exactitud. Ya sabía que esto era debido a mis aprendizajes de escritor. Este ejercicio de polemista y el hábito de en- tendérmelas con una muchedumbre (que vota) es lo que yo he sacado del Ateneo y que me sirve en la política. En todo lo demás, nada. Al contrario, siempre he sido el mayor adversario que los falsos valores del Ateneo han tenido15.
13 Azaña, Manuel, “Tres generaciones del Ateneo”, en La invención del Quijote y otros ensayos, Madrid, Espa- sa-Calpe, 1934. El libro lleva el títu- lo de la conferencia que el autor ofreció en el Lyceum Club Femeni- no el 3 de mayo de 1930.
14 Azaña, Manuel, Memorias..., op. cit, p. 485.
15 Ibídem.
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isabelo herreros

























































































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