Page 44 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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española. Papeles que aparecieron en 1984 en dependencias de la Dirección General de Seguridad y fueron entregados por el Gobierno español a la viuda de Azaña, residente en México.
El final de La vocación de Jerónimo Garcés está fechado en Alcalá de Hena- res, el 13 de julio de 1904. Una primera lectura despertó el nulo entusias- mo de su amigo Guillermo Pedregal, quien le sugirió que siguiese trabajan- do en ella, pues desde su punto de vista aquellas cuartillas requerían aún mucho pulimiento. No obstante, sin el consentimiento del autor, se las pasó a Juan Uña. “Guillermo, sin contar conmigo, prestó el manuscrito a Uña, que me encontró un día en el Ateneo y me reprobó como escritor. Quiero recordar que me desalentó el juicio de Uña más que no me animó la opinión de Pedregal”. Esta anotación pertenece a su diario del 17 de junio de 1927, a raíz de la publicación en libro de El jardín de los frailes. Fue así como aquella primera incursión en la novela y su ambicioso pro- yecto de una gran saga alcalaína quedaron relegados en un cajón, esperan- do tiempos mejores y calmados que nunca llegaron, ni para Valtierra –tal y como se denominaba la ciudad de Alcalá en esta obra– ni para el anhelo- so programa de Fresdeval.
La inacabada novela está escrita al inicio de aquellos años en los que mu- chos de sus biógrafos coinciden en denominar como “oscuros”. En 1903, después de haber leído en la Academia de Jurisprudencia –con gran éxito– su discurso “La libertad de asociación”, decide abandonar Madrid y se re- fugia en Alcalá en compañía de su hermano Gregorio, con la excusa de tratar de levantar los negocios familiares. Sabemos que en 1910 funda con algunos amigos, entre ellos el concejal socialista Antonio Fernández Quer, la revista satírica La Avispa, de fugaz aparición decenal. En el número 3 encontramos un texto anónimo que más parece un autorretrato:
... que me paso la vida leyendo periódicos y novelas al lado de la estufa y, por último que no pertenezco a ninguna de esas dos grandes colectivida- des políticas, que no sé por qué regla de tres, se las ha bautizado con el nombre de “izquierdas” y “derechas”. Díchote esto, y añadiéndole que no me avergüenzo por pertenecer a esa masa neutra de la que el insigne Unamuno dice que es una colmena de estúpidos y una rémora para el progreso, comprenderás que puedo escribir con entera libertad, sin traba alguna, y guiado tan solo por un sentimiento de justicia... Pero si es cier- to, ciertísimo, que soy un verdadero absentista, un apático, mejor dicho, un renegado de la política; no lo soy, ciertamente, en cuanto a asuntos locales se refiere y pruébatelo el que después de haber escuchado unas cuantas sesiones a nuestro Excmo. Ayuntamiento, si es que realmente ese nombre merece, no he podido resistir a la comezón rabiosa de coger la pluma para pedir a nuestras autoridades dejen de agitarse en ese océano de luchas personales y de partido, con lo cual perjudican los sagrados intereses del vecindario que le ha encomendado para su custodia.
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