Page 41 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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emblemática para la efervescencia cultural de los años 1920, sino involucrar a Manuel Azaña y “obligarle a escribir”. Capítulos de El jardín de los frailes se publicaron por entregas entre septiembre de 1921 a junio de 1922. Cin- co años más tarde se editará en formato libro. El autor, en una breve nota prologal, aclara a sus posibles lectores que se trata de una obra vieja que ha decidido, venciendo el pudor, imprimirla completa en un volumen. Ad- vierte que no se trata de unas memorias, que no se reconoce en el persona- je. “He puesto el mayor conato –escribe– en ser leal a mi asunto, respetan- do, a costa de mi amor propio, los sentimientos de un mozo de quince a veinte años y el inhábil balbuceo de su pensar, en tal cruce de corrientes y tensión que en otro espíritu pudieran mover un giro trágico. No gusto yo, con afición egoísta, del tiempo pretérito”. Sin embargo, algunos años más tarde, en las páginas de su Diario, anotará: “Una parte profunda de mi vida se removió hasta los poros cuando escribí El jardín de los frailes, o más bien cuando para escribirlo lo re-sentí”.
Resulta algo insólito que una novela autobiográfica de colegio, que un ín- timo relato sobre la infancia alcalaína y la adolescencia escurialense, su autor no se decida a escribirla –o publicarla– hasta veinte años después y además inicie sus capítulos en las páginas de una revista. El jardín de los frailes reafirma sin duda la convicción de Manuel Azaña al declarar que las raíces de su sensibilidad permanecían arraigadas en Alcalá y El Escorial. Sus páginas basculan constantemente entre la prosa artística, cuando se refiere a los paisajes del entorno de su ciudad natal o los que aprecia desde la ven- tana de su celda escurialense, y el peso de la intimidad narrativa de un muchacho que, encerrado en una constante soledad, va tomando concien- cia de sí mismo.
Una lóbrega orfandad que en la calle de la Imagen comienza a producirse con la muerte de su madre cuando él aún no había cumplido los nueve años. Su abuelo Gregorio fallece pocos meses después y el 10 de enero de 1890 muere su padre, el mismo día que Manuel Azaña cumple 10 años.
Vivía para mí solo –escribe en las primeras páginas de El jardín de los frailes–. Amaba mucho las cosas; casi nada a los prójimos. Amaba las cosas en torno mío; amaba los objetos triviales de mi pertenencia, por- que eran dóciles y sugerentes y andaba en ellos algo de mi persona. Amaba mis libros, y el aposento en que leía, y su luz, su olor. Amaba la casa, tan temerosa en los anochecidos, rondada por la sombras de los muertos, llena a mi parecer del eco de ciertas voces extinguidas por siempre jamás.
A los trece años acaba el bachillerato: “... tras los brillantísimos resultados obtenidos en los exámenes fin de curso verificados en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid por los alumnos del Colegio Complutense de San Justo y Pastor establecido en la calle Escritorios...”, tal y como reseña el periódico
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