Page 383 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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labor de la jurista al frente de la gestión penitenciaria. En el amplísimo contexto de sus memorias, conviene reconocer que la acidez, la ironía, y a veces un calcu- lado coqueteo con lo frívolo, son recursos literarios para describir hechos a menudo dramáticos, y casi siempre intensos. Pero no son técnicas que el autor use con criterios discriminatorios. Son el secreto de su gozosa lectura. Y si pensamos en los sabrosísimos re- tratos que nos dejó –pongamos por caso– de Alca- lá-Zamora, Maura o Prieto, vemos que no es precisa- mente el sexo del personaje lo que determina dedicarle tal o cual alfilerazo.
Es difícil sostener, en todo caso, una voluntad o en-
tendimiento misógino en quien influyó de manera
determinante en decisiones y conquistas que marca-
ron el bienio republicano-socialista (expresivamente
conocido también como bienio azañista), durante el
que ostentó el Ministerio de la Guerra y la presiden-
cia del Gobierno. Siquiera por su ascendiente político
sobre compañeros del gabinete de Gobierno y dipu-
tados, no solo de su partido, influyó decisivamente en
algunas de ellas que son de una relevancia social in-
discutible y tocan de lleno en el reconocimiento po-
lítico y jurídico de la igualdad de los sexos. No solo
tuvo lugar la inclusión constitucional de tal igualdad
(art. 25) y la instauración finalmente del sufragio ac-
tivo femenino; se aprobó también la ley del divorcio
y la igualdad civil de los cónyuges dentro del matrimonio, así como en los derechos laborales y en el acceso a empleos y cargos públicos. No obstante, si esto se considera intrascendente para aliviar el calificativo que nos ocupa, tal vez sea de utilidad el testimonio explícito en sentido contrario de alguna mujer que, como Josefina Carabias, periodista y escritora, trató de forma personal con Manuel Azaña, de quien nos deja un cordial retrato3.
Basta con leer su novela El jardín de los frailes para que quede desmentida la imputación de sectarismo antirreligioso. Azaña “guardó siempre un re- cuerdo grato del Colegio de los Agustinos de El Escorial en el que estudió, y fue siempre respetuoso con la fe ajena. Su mujer era católica, se casó por la Iglesia y apadrinó a sus sobrinos en la pila bautismal”4. Estas circunstan- cias, sin embargo, no demediaron su firmeza respecto de la necesaria sepa- ración de Iglesia y Estado en la construcción de una democracia política moderna, y por ello en el proyecto republicano que animaba.
Es inevitable aludir aquí a su famosa frase: “España ha dejado de ser cató- lica”. Fue pronunciada en la sesión parlamentaria del 13 de octubre de
3 Carabias, Josefina, Azaña: Los que le llamábamos don Manuel, Barcelona, Plaza & Janés, 1980.
Cuando desde la historiografía se ha explorado esa relación, se ha ofreci- do una visión alejada del estereotipo. Véase Núñez, Gloria, “Sentimiento y razón: las mujeres en la vida de Azaña”, En Alted, Alicia, Egido, Ángeles y Mancebo, M.a Fernanda (eds.), Manuel Azaña: pensamiento y acción, Madrid, Alianza, 1996.
4 Egido, Ángeles, “El hombre: perfil intelectual y personal de un político republicano”, en Egido León, Án- geles y Núñez Díaz-Balart, Mirta (eds.), El republicanismo español. Raíces históricas y perspectivas de futu- ro, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, pp. 103-104.
 382 josé miguel sebastián carrero y juan carlos talavera lapeña












































































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