Page 355 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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por su papel en las operaciones posteriores al desastre de Annual en julio de 1921. La prensa gallega elogió “la sangre fría, la audacia y el desdén por la vida” de “nuestro querido Paco Franco” por un incidente en el que libe- ró un blocao acompañado por doce legionarios y regresó portando “como trofeos las cabezas ensangrentadas de doce harqueños”. Azaña, hombre de letras, carecía sin duda del arrojo físico de Franco. La “fe ciega en la victo- ria” de Franco contrastaba con el pesimismo y el derrotismo de Azaña. Sin embargo, el optimismo de Franco se basaba en la determinación de triunfar a cualquier precio, afirmando incluso, como le dijo al periodista Jay Allen, que “no puede haber acuerdo ni tregua. [...] Salvaré a España del marxismo a cualquier precio... Dentro de poco, mis tropas habrán pacificado el país y todo esto parecerá una pesadilla”. Allen respondió “¿Significa eso que tendrá que fusilar a media España?”, a lo que un sonriente Franco contestó: “Le repito, a cualquier precio”4.
El mayor contraste personal entre Franco y Azaña se encuentra en la ambi- ción obsesiva del mesiánico Franco y en la constante disposición de Azaña a retirarse de la política para leer y meditar. El meteórico ascenso de Franco del rango de alférez en 1910 a general de brigada en 1926 es en sí mismo un indicio tanto de su valor como de su decidida ambición. En 1927 llegó a la conclusión de que “Como resultado de mi edad y mi prestigio, yo es- taba llamado a prestar los más altos servicios a la nación”. En contraposi- ción, la falta de ambición personal de Azaña no puede ser más evidente. A lo largo de su carrera, Azaña se refugió con frecuencia en el anonimato. Debido a sus ensayos sobre política militar, fue nombrado ministro de Guerra en 1931. Fruto de su brillante discurso sobre el artículo 26 de la Constitución, el 13 de octubre de 1931, y del prolongado aplauso que provocó, se le vio como la persona mejor capacitada para mantener unida la coalición republicano-socialista y, por tanto, como presidente del Go- bierno. Su reacción pone de manifiesto los límites de su ambición. Consi- deró prematura su elección, argumentando que: “Estaba disgustadísimo y de un humor negro, desesperado”. Incrédulo, escribió: “Y me he vuelto a casa, diciéndome que soy presidente del Gobierno; pero que yo no lo noto, si apenas lo creo”5.
A partir de entonces, Azaña osciló entre la determinación enérgica y una tendencia depresiva a tirar la toalla, un marcado contraste con el sentido inquebrantable de Franco de su misión providencial. A los seis meses de asumir la presidencia del Consejo de Ministros, Azaña plasmó en su dia- rio, el 14 de marzo de 1932, su deseo de “mandar a paseo la política y sumergirme en los libros”. El 3 de julio de 1932 escribió: “La Morcuera me interesa más que la mayoría parlamentaria, y los árboles del jardín más que mi partido”6.
El odio contra Azaña, que iba a ser una característica central de la propa- ganda franquista, refleja inevitablemente los propios sentimientos del cau-
4 Chicago Daily Tribune, 28, 29 de ju- lio de 1936.
5 Azaña, Manuel, Obras completas, 4 vols., edición de Juan Marichal, México, Oasis, 1966-1968, vol. IV, pp. 183-186.
6 Ibídem, pp. 351 y 424.
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