Page 266 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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fórmula de concordia basada en la lealtad recíproca, hasta el punto de que vio en grave peligro de disgregación la que él llamaba y sentía como “la patria eterna”, es decir, España. No es extraño. También por aquellos días Juan Negrín –presidente del Gobierno republicano– decía, según anotación del propio Azaña: “Y si estas gentes van a descuartizar España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco”. Destaca Eduardo García de Enterría –en su estudio preli- minar a una selección de textos de Manuel Azaña Sobre la autonomía polí- tica de Cataluña– que
las alusiones a este capital cambio de actitud de Azaña ante la autono- mía y los políticos catalanes, todas en el mismo sentido crítico y de censura de la deslealtad catalana, se encuentran especialmente en el capital Cuaderno de la Pobleta (de 22 de mayo a 24 de diciembre de 1937). En los concisos apuntes de los dos cuadernos de Pedralbes (22 de abril a 24 de diciembre de 1938), marcados por un duro enfrenta- miento final con Negrín, sobre todo a partir de mayo de 1938, resulta también visible la misma preocupación, aunque ya en tono menor, por- que entretanto el Gobierno de Negrín, instalado ya en Barcelona, ha recuperado, sobre todo en materia militar (hasta entonces casi exenta de todo control del poder central), los resortes del Estado en Cataluña.
En la misma línea, un libro de Josep Contreras –Azaña y Cataluña– estudia las relaciones entre el político castellano y Cataluña, desde su momento inicial, en el que fue considerado “el amigo de Cataluña”, hasta la última etapa en la que Azaña proclamó su desencanto por la política y los políticos catalanes. Enric Ucelay define certeramente el libro de Contreras como “este retrato de un desengaño, esta historia de un desencuentro”. El idilio entre Azaña y Cataluña se inició cuando aquel dijo, en un discurso pronun- ciado en Barcelona en 1930, durante una visita de intelectuales castellanos, que, si algún día Cataluña resolviera “remar sola en su navío, sería justo el permitírselo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz, con el menor perjuicio posible para unos y para otros y desearos buena suerte, hasta que cicatrizada la herida pudiésemos establecer al menos relaciones de buenos vecinos”, y culminó en 1933, cuando Azaña sostuvo que “el poder autóno- mo de Cataluña es el último poder republicano que queda en pie en Espa- ña”. Pero, ya entonces, advirtió a Companys de que la autonomía no podía usarse como un instrumento para imponer la hegemonía de Cataluña sobre el resto de España. Y, durante la guerra, Azaña acusó a la Generalitat de aprovechar el caos para ampliar sus competencias por la vía de hecho: “La Generalidad –escribió– asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho”, con “insolencia de separatistas, deslealtad [y] palabrería de fracasados”. Su conclusión fue desoladora: “Hay para escribir un libro con el espectáculo que ofrece Cataluña en plena di- solución”, por lo que “lo mejor de los políticos catalanes es no tratarlos”.
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