Page 207 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
P. 207
residencia. Quizá la razón de mayor peso de esta preferencia se encuentre en el equipo de colaboradores con el que contó en Guerra, a quienes en todo momento consideró eficaces y leales. Pero también es cierto que, en sus escritos, siempre ponderó la paz de Buenavista, sus jardines, el oasis que constituía en medio del bullicio de la ciudad, al borde de la calle de Alcalá.
Azaña emprendió una reforma para adecentar un edificio que albergaba desde hacía casi un siglo el Ministerio de la Guerra. Su idea era convertirlo en un emblema del poder de la República. Las obras recuperaron el antiguo esplendor del palacio. Al mismo tiempo, para el ministro llegó a ser un lugar acogedor para su trabajo, para sus tertulias literarias e, incluso, para su vida familiar y doméstica. Era también un magnífico punto de partida para sus salidas nocturnas a La Granja del Henar o al Regina, donde deba- tía con cierta frecuencia con la intelectualidad de entonces. Azaña plasmó en sus diarios un sentimiento esteticista por esa vida al margen del poder que le permitía el palacio, con su espléndido enclave en el centro de Ma- drid. Los despachos –en el diván del que él ocupaba había recibido las primeras curas el general Prim agonizante–; el balcón desde el que respiró el aire cálido de la madrugada del 10 de agosto de 1932, mientras los dis- paros procedentes del Palacio de Correos intentaban alcanzar su sede; el “saloncito de la esquina”, que prefería reservar para sus encuentros familia- res y con los amigos más cercanos; la vida sosegada del jardín, ajeno a los pocos metros que le separaban de la calle de Alcalá; las interminables ter- tulias con Cipriano, con Saravia, con Ramos y con sus colaboradores más cercanos en cualquier rincón del palacio... Todas esas instantáneas llenan la secuencia de los más de dos años que Azaña pasó al frente del Ministerio de la Guerra, mientras convertía en realidad lo que hasta entonces solo había sido un ambicioso proyecto político. En la reflexión de sus diarios, en el retrato de la vida ajetreada del ministro y presidente del Gobierno, siempre hay un espacio para la vida en Buenavista.
Sin embargo, Guerra fue el eje desde el que Azaña trató de sujetar el na- ciente Estado republicano, controlando uno de los elementos más “auto- nomistas”, más esquivos a cualquier intento de control y, en su mayoría, más intrínsecamente antirrepublicano.
Llevar a la práctica una histórica reflexión
sobre el ejército y el Estado
A su llegada al Ministerio de la Guerra, Azaña era el político republicano que más tiempo había dedicado al estudio y la reflexión sobre la incardina- ción del ejército en un Estado democrático. Conocía en profundidad los mecanismos que regulaban la subordinación del primero al segundo en países del entorno europeo y había establecido los objetivos finales para llegar a una transformación radical de nuestro ejército y su relación con la política. Desconocía, sin embargo, la situación real que se vivía en los
206 manuela aroca mohedano