Page 201 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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El fluir y la mezcla constituyen así la esencia misma de la historia. Al prin- cipio de su análisis crítico del Idearium, Azaña afirmaba que no existe, como pretendía Ganivet, “lo español puro”, fruto de “una civilización in- demne de tacha forastera” ya que “de alma y de sangre somos mestizos, sin remedio”. Y remachaba, reivindicando la realidad inmanente de la historia frente a la retórica esencialista: “Lo español se da en la historia. [...] No puede pensarse lo español metahistórico. La hispanidad genuina resulta del trazo marcado por nuestra presencia en el tiempo. No hay otra hispanidad”. Cabe pensar que ese enfoque le ayudó, ya en el ejercicio del poder, a asumir también la provisionalidad de los avances y soluciones. En su ya citado discurso parlamentario sobre el Estatuto de Cataluña en mayo de 1932, deslizó esta observación: “La solución que encontremos, ¿va a ser para siem- pre? Pues ¡quién lo sabe! Siempre es una palabra que no tiene valor en la Historia y, por consiguiente, que no tiene valor en la política”.
“Un pueblo en marcha, gobernado con buen discurso, se me representa de este modo: una herencia histórica corregida por la razón”, escribió Azaña cuando se estaba iniciando la dictadura10. En ese equilibrio, a veces tenso, entre la herencia del pasado y la acción correctora de la razón, Azaña puso el énfasis en una parte o en otra, en función de las circunstancias históricas. Si, en vísperas de la proclamación de la República, en la conferencia Tres generaciones del Ateneo, insistió sobre todo en la necesidad de innovar, lle- gando a afirmar que “ninguna obra podemos fundar en las tradiciones es- pañolas, sino en las categorías universales humanas”, luego, desde el Go- bierno, procuró dejar claro que él no rechazaba la tradición sino en cuanto legitimadora de la reacción, alimentadora de la nostalgia paralizadora o activadora del odio.
A la par que criticó los tópicos de una tradición que anquilosa y excluye, aspiró a continuar esa otra tradición orillada cuya existencia él apreció y enalteció desde los comienzos de su actividad intelectual y política: “A mí lo que me interesa es renovar la historia de España, sobre la base nacional de España, obstruida, maltratada desde hace siglos”, afirmó en Valencia el 4 de abril de 1932. Y ahí no es difícil percibir un eco del célebre pro- pósito restaurador de Cánovas consistente en continuar la historia de Es- paña, reinterpretado en clave progresista. En el discurso del Azaña gober- nante, los términos tradición y progreso no aparecen como elementos opuestos, sino armónicamente conciliables. La tradición podía ser inspi- radora de la innovación, de la reforma e incluso de la revolución; y el progreso tenía uno de sus fundamentos en la recuperación de algunas tradiciones soterradas. También figura reivindicado el adjetivo nacional, en coherencia con sus orígenes históricos, así como la expresión movi- miento nacional, que él siguió utilizando para referirse a la acción cívica republicana, incluso durante la guerra, cuando ya se había convertido en una de las fórmulas con que los enemigos de la República exaltaban su propia acción sediciosa.
10 “La inteligencia y el carácter en la acción política”, España, 2 de febrero de 1924, en OC, vol. 2, pp. 310- 311. Allí escribió también: “Me pla- ce la esperanza de disolverme en mi tiempo, como la seguridad de disol- verme un día en la tierra”.
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